Caminamos
por la vida intentando librarnos de aquellas cargas pesadas que nos ha
entregado nuestro pasado y nos hacen caminar de forma lenta. Luchamos por
borrar de nuestra mente esos recuerdos que nos ponen a agonizar y se nos
convierten en un castigo. Hasta que llega el momento en el que de tanto querer
olvidar, creemos que lo hemos logrado. Pero con el pasar de los días, nos damos
cuenta de que los fantasmas no son fantasmas, sino que son realidades vivas que
nos hacen llorar y nos llenan de sufrimientos.
Nos sentimos tan impot
entes al ver que somos
esclavos de un pasado que nos trata como sus muñecos, que nos maneja como
veletas y nos hace caer en el mismo agujero de dolor del que creíamos nos
habíamos librado… Llegamos a pensar que la vida tiene mucho de injusta, porque
mientras unos sonríen y abrazan el cielo, nosotros estamos comiendo tierra,
llorando sin esperanza alguna y con el alma partida por no lograr ver la luz al
final del túnel. No entendemos nada de lo que está pasando, la gente nos dice que
las cosas son simples, pero nosotros no encontramos tal sencillez, por el
contrario, nos seguimos ahogando en el mar de nuestros recuerdos.
Pero como bien dicen por ahí: “no hay mal que
dure cien años, ni cuerpo que lo resista” y somos nosotros quienes debemos
tomar una decisión y no seguir permitiendo que nuestras debilidades nos
dominen. No está mal que lloremos, pataleemos, gritemos y mostremos nuestra
inconformidad con aquella situación que tanto nos lastima, porque si te fijas
un poco más en ello, ésa es la única forma que tiene el alma para quitarse ese
dolor que la mata lentamente. Pero un día, tras mil y un horas llenas de
oscuridad, tus ojos se cansarán de llorar y las lágrimas habrán limpiado esa
cortina de humo que no te dejaba ver para que al fin, empieces a reconocer que
vales la pena y que no mereces seguir sufriendo por un pasado que ahora vive
feliz mientras tu caminas por valles de desidia.
Alguien me dijo una vez que si te daban una gran
tristeza, era porque ibas a ganar un inmenso aprendizaje, pero, ¿a quién puede
ocurrírsele tan macabro método de enseñanza? Pensé. Con los años, he
descubierto que es verdad, que aprendemos más de los tragos amargos que de
aquellos dulces, y que no valemos por nuestras caídas, sino por el número de veces
que nos hemos levantado de ellas, incluso, sin fuerza ni voluntad.
Puede que muchas veces no nos imaginemos un paso
hacia el futuro, pero es porque no hemos descubierto el verdadero valor que
tiene nuestro corazón para librarnos de las penas que se nos pegan al alma.
Nosotros somos valiosos y debemos buscar nuestro bienestar, así que vamos a
recoger del suelo el pedacito de dignidad que nos queda y la vamos a cultivar
con esperanza, seguros de que tras la puerta del dolor, nos espera un universo
de alegría y amor en el que ya no necesitaremos de nuestro triste pasado
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