que estaba buscando consorte...
Entre los candidatos se encontraba
un joven plebeyo,
que no tenía más riquezas
que amor y perseverancia.
Cuando le llegó el momento de hablar, dijo: Princesa,
te he amado toda mi vida.
Como soy un hombre pobre y
no tengo tesoros para darte,
te ofrezco mi sacrificio
como prueba de amor.
Estaré cien días sentado bajo tu ventana, sin más alimentos que la lluvia y
sin más ropas que las que llevo puestas. Ésa es mi dote.
La princesa,
conmovida por semejante gesto de amor, decidió aceptar.
Tendrás tu oportunidad,
si pasas la prueba, me desposarás.
Así pasaron las horas y los días.
El pretendiente estuvo sentado, soportando los vientos,
la nieve y las noches heladas.
Sin pestañear,
con la vista fija en el balcón de su amada, el valiente vasallo siguió
firme en su empeño,
sin desfallecer un momento.
De vez en cuando
la cortina de la ventana real
dejaba traslucir la esbelta figura
de la princesa, la cual,
con un noble gesto y una sonrisa, aprobaba la faena.
Todo iba a las mil maravillas.
Incluso algunos optimistas
habían comenzado a planear los festejos. Al llegar el día noventa y nueve,
los pobladores de la zona
habían salido a animar
al próximo monarca.
Todo era alegría y jolgorio,
hasta que de pronto,
cuando faltaba una hora
para cumplirse el plazo,
ante la mirada atónita de los asistentes
y la perplejidad de la infanta,
el joven se levantó y
sin dar explicación alguna,
se alejó lentamente del lugar.
Unas semanas después,
mientras deambulaba
por un solitario camino,
un niño de la comarca lo alcanzó y
le preguntó a quemarropa
¿Qué fue lo que te ocurrió?
Estabas a un paso de lograr la meta
¿Por qué perdiste esa oportunidad?
¿Por qué te retiraste?
Con profunda consternación y
algunas lágrimas
que corrían en su rostro,
contestó en voz baja:
"Ella NO me ahorró
ni un día de sufrimiento,
ni siquiera una hora,
no merece mi amor"...
Autor Desconocido
No hay comentarios:
Publicar un comentario