Polvo
(A Abraham Ceballos Jiménez)
Tú, polvo vanidoso de las alturas amigo del viento, que en presencia de humedad, luz y calor surge de lo más íntimo de tus entrañas un hálito de vida que te presta el tiempo para ser flora, fauna, hombre estigmatizado para, al fin, volver a tu prístino estado en el pudridero entre inhiestos cipreses. Nadie te puede, nadie. Ceniza errática, soplo y olvido, peregrino en la soledad del abismo incierto del más allá.
Tú, músico, pintor, físico o poeta, polvo eres al igual que yo bajo la caperuza de átomos, moléculas, partículas. En definitiva, polvo con vitalidad efímera en el gélido páramo del dudoso mañana.
Polvo omnipresente en el lodazal de la vida, que entras y sales, que vas y vienes, recorriendo los diferentes estratos sociales.
¿De dónde es tu procedencia? ¿Quizás de la piedra que pule y transporta el viento?
El agua, ante la presencia del rey del universo, te bendice siempre para mostrarte bello o repelente en la primavera de tu vida y decrépito siempre en el último tramo. Pero tú no te inmutas, y sigues y sigues ambulante y solitario como perro sin amo y vago a las más crudas inclemencias. Yo te venero y respeto, porque estás en mí como yo en ti, y los dos somos sólo uno. No nos quejamos ni discutimos, para qué, si ambos sabemos lo que somos, polvo, asomado siempre al pretil del tiempo en el precipicio de la nada.
Arcos de la Frontera (Cádiz), 26 de junio de 2011
Salvador Hueso Sañudo
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