El campo de entrenamiento tuvo un brusco
despertar para el joven que se enroló en el ejército con el fin de librarse de
la autoridad de sus padres.
Consideró que entrar al servicio, le ofrecería la libertad ansiada para hacer
lo que le placiera. Sabía que el entrenamiento era rudo, pero tenía la certeza
de poder lidiar con la situación. Además, el período allí solo abarcaría seis
semanas. ¡Y luego, libre al fin!
Aquella mañana, despertando por los gritos del sargento, el joven soldado se
vio de frente a la realidad. Mamá, papá y todos sus maestros juntos, no podían
compararse con lo que estaba a punto de enfrentar. Sus seis semanas amenazaban
con volverse eternas.
Escribía con regularidad a sus padres e incluía notas de agradecimiento, las
primeras que estos recibieran de parte de su hijo. Incluso expresaba gratitud
por la labor desempeñada por sus profesores para con él.
Este joven conoció pronto la importancia de aprender a tratar los peligros del
soldado en la guerra. Encaró la necesidad de estar alerta y preparado.
El sargento entrenó a los reclutas para anticiparse a la estrategia del
enemigo, estando conscientes de que este acechaba y se disponía a atacar sin
advertencia. Les enseñó que era también extremadamente habilidoso, que
estudiaba y aguardaba nuestro momento de mayor debilidad para agredirnos.
La Biblia expone que debemos velar debidamente y estar instruidos; así no
pecaremos. Dios ha provisto la armadura apropiada y el entrenamiento requerido
para vencer al adversario. Nos convertimos en soldados de Cristo, al formar
parte de Su familia.
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