La casa era hermosa, del estilo del
siglo diecinueve, y estaba rodeada de bellos jardines. Dentro de la casa había
colecciones de relojes antiguos, lámparas de dos siglos de edad, sombrillas de
todos los países, estatuillas de marfil, y otras muchas antigüedades. Pero Joan
Abery, la dueña, de Reading, Inglaterra, nunca vivió allí. Ella vivió, durante
treinta y cinco años, en un vaciadero de basuras.
Joan Abery había sido víctima de un
cruel abandono. Su novio la había dejado plantada en el altar treinta y cinco
años atrás. Eso la destrozó. No sólo rehusó poner pie bajo el techado de su
casa, sino que nunca permitió que ningún otro viviera allí. Prefirió vivir
entre la basura, rodeada de ratas y de cucarachas, que en su hermosa casa. Y
allí murió, anciana ya, decrépita y solitaria.
Hay un proverbio bíblico que dice: «Más
vale habitar en un rincón de la azotea que compartir el techo con mujer
pendenciera» (Proverbios 21:9). En su amargura, Joan Abery modificó el
proverbio de la siguiente manera: «Más vale habitar en un rincón lleno de
basura, sola y tranquila, que en espaciosa casa mal acompañada.»
La basura no es lugar para vivir. Dios
no hizo al ser humano para vivir en medio de la basura. Al contrario, Dios hizo
para el hombre y la mujer un jardín encantador que les dio por vivienda. Fue la
derrota, la sensación de desgracia y fracaso, lo que los llevó a alojarse entre
los desperdicios y las alimañas. Joan merecía vivir en casa propia, rodeada de
sus colecciones de arte, y entre jardines y flores, pero prefirió vivir entre
la basura.
Así mismo hay muchas personas hoy en día
que, pudiendo vivir en la limpieza y en el orden, en la belleza y en la
cultura, prefieren vivir en medio de desperdicios y desechos morales. Porque
vivir en medio de chismes y discordias, de peleas, de insultos y maltratos, es
vivir entre la basura.
Vivir en borracheras continuas, en
drogas y delitos; andar ocultando con vergüenza una doble vida; practicar
descaradamente toda suerte de aberración moral, adulterios, abandono de hijos,
desfalcos monetarios y traición de confianzas, es vivir entre la basura. No
sólo la ciudad tiene sus basureros; también los tiene la sociedad que vive en
ella.
Cristo quiere librarnos de toda basura
moral. Él quiere darnos una vida limpia. Él quiere que vivamos en armonía y
paz. Él quiere proporcionarnos una completa y total emancipación. Aceptemos el
hogar de Dios. No vivamos más en los basureros de este mundo. Sólo en Cristo
hay verdadera pureza.
El Hermano Pablo
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