El problema de la preocupación es que comenzamos a decir: ¿Qué vamos a
comer? ¿Qué vamos a beber? ¿Qué vamos a vestir? En otras palabras, ¿qué vamos a
hacer si Dios no actúa a favor de nosotros?
En lugar de calmar nuestros temores y
abandonar nuestras preocupaciones, comenzamos a impacientarnos e inquietarnos
con las palabras que salen de nuestra boca, lo cual las hace arraigar aún más
profundamente.
El problema, con esta manera de hacer
las cosas, es que esta es la forma en que actúa la gente que no sabe que tiene
un Padre celestial. Pero tú y yo sabemos que tenemos un Padre amoroso, así que
debemos actuar como tales.
Jesús nos asegura que nuestro Padre
celestial conoce todas nuestras necesidades antes de que se lo digamos.
Entonces, ¿por qué nos preocupamos por ellas? En lugar de ello, debemos poner
nuestra atención en cosas que son mucho más importantes, las cosas de Dios.
Busquemos primero el reino de Dios y su
justicia; entonces todas esas otras cosas que necesitamos nos serán añadidas.
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