El doctor Wilbur Chapman a
menudo contaba de su experiencia cuando fue a Filadelfia como pastor en la
iglesia de Wanamaker.
Después de su primer sermón un
caballero mayor se encontró con él en el púlpito y dijo: «Es usted muy joven
para ser pastor de esta iglesia tan grande. Siempre hemos tenido pastores
mayores. Me temo que no triunfará. Pero ya que predica el evangelio, le ayudaré
en todo lo que pueda».
«Lo miré», dijo el doctor
Chapman, «y me dije: ¿Este es un cascarrabias?».
Sin embargo, el caballero continuó
diciendo: «Oraré por usted para que reciba el poder del Espíritu Santo; otros
dos han acordado en unirse a mí».
Luego, el doctor Chapman
contaba los resultados. «No me sentí tan mal cuando supe que iba a orar por mí.
Los tres se convirtieron en diez y los diez se convirtieron en veinte; los
veinte se convirtieron en cincuenta y los cincuenta en ciento veinte, los
cuales se reunían a orar antes de cada culto para que el Espíritu Santo cayera
sobre mí.
En otro salón los dieciocho
ancianos se arrodillaban para orar. Estaban tan cerca que podía alcanzarles con
mis manos a todo mi alrededor. Siempre llegaba al púlpito sintiendo la unción
como respuesta a las oraciones de aquellos doscientos diecinueve hombres.
»Era muy fácil predicar, un
verdadero gozo. Cualquiera lo haría bajo esas condiciones.
¿Y cuál fue el resultado?
Recibimos mil cien miembros por
conversión en tres años, seiscientos de ellos eran hombres. Se trataba del
fruto del Espíritu Santo como respuesta a las oraciones de ellos. No veo cómo
un pastor promedio bajo circunstancias corrientes pueda predicar.
»Los miembros de las iglesias
tienen mucho más que hacer que solamente sentarse allí como expectadores
curiosos y ociosos para entretenerse y divertirse. Su ocupación es la de orar
poderosamente para que el Espíritu Santo cubra al pastor con poder y haga que
sus palabras sean dinamita».
A.M. Hills en Pentecostal Light
[Luz pentecostal].
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