El precio de gobernar
Puestos a
valorar todo tiene un coste en la vida y como no podía ser de otra manera los
regímenes políticos, cualquiera que sea su ideología, no pueden ser una
excepción. No hay entes que se muevan que no generen al menos dos cosas:
trabajo (entiéndase ingreso) y gasto, así que, para que resulten rentables el
capítulo de los ingresos debe ser superior al de lo que salga.
El concepto de
democracia, según parece de la unión de las raíces de dos palabras griegas y
que en su conjunto vienen a significar algo así como poder o dominio del
pueblo, no es hacer cada uno lo que le dé la gana, sino que es el pueblo el que
elige a los que quiere que les gobierne, a los que les mande, y claro eso tiene
un precio, independientemente de que lo hagan bien o mal. Si los elegidos para
mandar lo hacen con fidelidad, tesón y esmero, el resultado, en conjunto,
lógicamente será el progreso y si, por el contrario, se relajan en sus
obligaciones, pierden el interés y sólo quieren estar como figurantes y para afanar
cada uno cuanto pueda, el resultado obviamente resultará desastroso y será el
pueblo el que pague los desmanes a un precio muy por encima del valor de
mercado. Y da igual que sea monarquía, república o régimen dictatorial, que si
el que gobierna no se rodea de buenos colaboradores, que sean serios y
coherentes al igual que él, acabará fracasando y será el pueblo, como siempre,
el que habrá de pagar el importe de cuanto cueste aupar el país a su prístino estadio
de bienestar y progreso.
Arcos
de la Frontera
(Cádiz), 17 de septiembre de 2012
Salvador
Hueso Sañudo
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