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El discurso vacío
El uso de palabras rebuscadas y altisonantes en el discurso, cualquiera que sea el tema que se trate, si no se les busca un sitio en el que encastren bien y sean coherentes con el núcleo de lo que se pretenda exponer, carecen de sentido porque, al final, no nos están transmitiendo nada de nada, sino sólo un enhebrado de palabrería para atraer la atención, resultando un discurso vacío, sin contenido, que por fortuna cada día se da menos porque los chalanes y charlatanes, con los modernos medios de comunicación, cuentan cada día con menos adeptos que estén dispuestos a oírles sus fantasías y desplantes llenos de ponderados argumentos cuando no falsos o inverosímiles. Otro asunto es el discurso del político que ofrece cosas que difícilmente se podrán materializar pero que, en su contexto, tiene sentido común, si bien capítulo aparte merece el que por falta de formación, en el transcurso del mitin, incumple las más elementales reglas del juego gramatical, pese a que se le entienda lo que nos quiera transmitir, mezclando alternativa y reiteradamente los tiempos, las personas, los singulares con plurales, y, en definitiva, no guardando concordancia las oraciones, y lo mismo llama a la audiencia de ustedes que de vosotros, pero ojo, al político culto, al ilustrado, se le nota nada más abrir la boca y no cae en tan estrepitosos deslices y, en consecuencia, su mensaje nos llega claro, más halagador, aunque no nos convenzan los argumentos que nos esgrime, pero nos hace llegar las ideas ajustadas a la norma del uso correcto del leguaje y eso, se quiera o no, resulta gratificante a los oídos, al menos a los que sean más “sensibles”.
Arcos de la Frontera (Cádiz), 27 de mayo de 2012
Salvador Hueso Sañudo
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