Nuestro miedo más hondo es ser poderosos sin medida.
No es la oscuridad, sino la luz lo que más nos asusta.
Nos preguntamos, ¿quién soy yo para ser brillante, encantador, talentoso, fantástico?
Por el contrario, ¿quién eres tú para no serlo?
Eres hijo de Dios. Al fingirte poca cosa no sirves al mundo.
No hay iluminación en el reducirte a tal punto que otros se sientan inseguros juntos a ti.
Nacimos para hacer manifiesta la gloria de Dios que existe dentro de nosotros.
No sólo en algunos:
En todos.
Cuando permitimos que nuestra luz brille, inconscientemente autorizamos a otros a hacer lo mismo.
Cuando nos liberamos de nuestro propio miedo, nuestra presencia libera automáticamente a otros.
Dios no nos ha llamdo a vivir en miedo...sino a vivir en plena libertad y seguridad por su Espíritu.
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