FARMACIAS DE GUARDIA EN LA PROVINCIA DE CÁDÍZ

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CALENDARIO

sábado, 29 de octubre de 2011

YO MISMA

Yo misma

Hoy, 30 de junio de 2009, aproximadamente a las tres y media de la tarde (creo) No sé qué tan bien hago en escribir… pero, después de estar tanto tiempo en idas y venidas con la carrera que estudio (Profesorado y Licenciatura en educación Especial) que ocupa prácticamente la mayoría de mis días, y me ayuda a evadir la realidad que hace tiempo no he podido hacerle duelo, he tomado esta decisión; no me refiero sólo a amores, a amigos, familia, sino a mí misma.
Hace una semana terminé de cursar, las mañanas y tardes que ocupaba en clases, ahora están vacías… y éste silencio a oscuras me abruma, no sé si me ayuda o trata de hundirme más, lanzándome a un precipicio que no tiene salida. Si me preguntan cómo soy… no puedo responder, pero puedo asegurar que me conozco demasiado a mí misma. Puedo decir que soy torpe en algunas decisiones, que me equivoco al decir que olvidé, cuando aún sigo recordando, que puedo decir “te odio” y en realidad te estoy amando…
Puedo decir: Ay papi déjame de joder, y en realidad te estoy pidiendo, por favor, que no te vayas de mi lado. Puedo decir que no me llevo bien con mi mamá, pero sin embargo la extraño. Puedo decirle a mis hermanas que me dan bronca de que no me tomen en serio y en realidad sólo quiero seguir siendo la menor de las tres. Puedo decir a mis pocos amigos que en realidad no me importa lo que decidan, pero todo el tiempo los estoy cuidando. Puedo ser yo y no serlo al mismo tiempo.
En la vida desde muy chica me tocó golpearme, caerme, volverme a levantar y seguir como si nada hubiese pasado. Humillando el ejemplo que me daba mi papá con su entereza, su plena actitud de sabiduría frente a la vida; mirando sus golpes como derrotas y no como glorias. Más de una vez hice sentir mal a mi mamá, la que durante nueve meses me llevó en su vientre, sin una queja, con la plena alegría de que sería varón y que al nacer niña, igual no dudó en tomarme entre sus brazos como a su pequeña a la que amaba y ama con todo su ser.
Mis hermanas, que se acercaban a mí dándome consejos para no equivocarme, para que a mí no me pasara lo mismo, y yo respondiendo con gritos, diciendo que no quería escuchar, que yo sabía bien lo que tenía que hacer, hasta que me golpeaba contra la pared y ellas acudían en mi auxilio. Crecemos, y ahí caemos en la cuenta de los errores que cometemos… Cuando uno no tiene verdaderos amigos, de esos que están siempre, que aunque sepan que vos supuestamente estás bien te preguntan ¿cómo estás?, es ahí cuando te empezase a sentir sola.
Cuando el silencio ya es oscuridad, y las tardes y noches se vuelven aburridas. Otro sorbo de café, en Río Cuarto hace frío… Ayer fui a una sesión psicológica. Es importante antes de casarse, porque uno empieza a conocer y decidir los motivos de por qué casarse, porque aunque la gran mayoría se casa con el ideal de:
”Me caso porque soy feliz” o “me caso porque nos amamos” detrás de esto hay muchas cosas implícitas. Uno puede tomar la decisión de casarse para olvidar a otra persona (Y es mentira lo de: un clavo saca a otro clavo), casarse por conveniencia, casarse por obligación, casarse por calentura. ¡Múltiples razones!... Y así seguiría hasta diciembre pero tengo muchas otras cosas por hacer.
Como decía… fui a una sesión, allí la terapeuta me hizo recostar sobre un sofá, que parecía una cama. Me hizo ademán de que cediera a recostarme, porque yo estaba tensa sentada en un rincón. Me dijo que me tranquilice, y allí empezó a preguntarme...

- Psicoanalista: Me dijiste que te quieres casar, por lo que no entiendo la razón por la que venís, supongo que debes estar muy feliz.
- Yo: sí, estoy feliz. Pero vengo porque yo quiero estar segura de que me voy a casar para ser feliz.
- Psicoanalista: Se sonrió y me contestó, yo no te puedo asegurar de que toda tu vida vas a ser feliz, las personas tenemos momentos en los que necesitamos estar tristes.
- YO: Lo sé, no pretendo una felicidad plena, pero quiero casarme segura de que en realidad lo voy a hacer porque me siento feliz, porque de verdad estoy enamorada. Porque no quiero sufrir yo y tampoco que alguien sufra. ¿Entiendes lo que te quiero decir?
- Psicoanalista: Sí. ¿Qué es sufrir?
- Yo: la miré con extrañeza y le contenté… Sufrir es sentirse abandonada, sin opciones. Sufrimos cuando perdemos a una persona que queríamos, sufrimos porque vemos tristes a las personas que queremos, sufrimos muchas veces sin saber por qué. No sé Carina, Sufrir es mucho.
- Psicoanalista: y vos... ¿Sufriste alguna vez?
- Yo: Mis ojos se llenaron de lágrimas. Mis brazos que estaban cruzados, ahora no hacían otra cosa que dejar de secar mis lágrimas.
- Psicoanalista: Cuéntame Yani, ¿en qué momentos de tu vida sentiste que sufriste?
- Yo: Ella no sabía todos los momentos difíciles que yo había pasado. Era la tercera vez que nos veíamos. Empecé a contarle como podía, las lágrimas me anudaban la garganta... y así, medio despacio, empecé a sacar todo lo que me dolía y que nunca pude decir, porque me sentía incomprendida por todos.

5 años: El fallecimiento de mi abuela más amada. (A los cinco años prácticamente el psiquismo está constituido, el perder a mi abuela significó una ausencia terrible para mí, la “princesa de la casa” como solía llamarme pasó a convertirse en la pequeña más desvalida por su ausencia, esa princesa comenzó a extrañar sus juegos, sus cantos, sus risas, sus ruleros, sus meriendas, sus vestidos, su sillón azul a rayas…)
10 años: la separación de mis papás, aunque no duró más de dos meses, para mí fue muy terrible. La escuela a la que yo iba era prejuiciosa, quizás pasaban cosas en tu casa que vos no sabías y te las enterabas en el colegio. Cuando eres chica, siempre estás pendiente en caerle bien a los demás. A mí me afectó mucho que mis papás se separaran. Yo no podía verlos desunidos y que papá me fuera a buscar a la casa en donde yo vivía con mamá para llevarme al colegio sin darle un beso a ella, diciéndole “ya vengo petisa” con una sonrisa, o preparándole tortas de chicharrón para su cumpleaños y un ramo de flores.
Yo quería los asados o las pastas de los domingos en familia, yo quería los paseos de los 5 en el auto en el centro de Villegas, o los besos juntos de papá y mamá en mi mejilla. Los retos de papá en la mesa, y que mamá me abriera la cama por las noches dejándome su rico perfume sobre mi almohada, todo en un mismo día. Era chica para entender que a veces todo no se puede…
Era chica para saber que a veces existen motivos que le hacen sufrir mucho a uno y lo alejan de la persona que más quiere.
15 años: Plena adolescencia, adolecer es crecer, es querer lo que se ha ido y pretender aún más de lo que viene. A los 15 años mi cuerpo era otro, yo era otra. Me sentía bien conmigo misma, con mis ganas de ir al colegio, considero que siempre fui buena alumna, con mis ganas de salir los viernes y sábados a Valdéz (un dancing de General Villegas) con mi grupo de amigas: “Las solitarias” (así nos hacíamos llamar) Recuerdo aquellos tiempos lo feliz que era…
Nos encantaba juntarnos con los chicos de Piedritas, un pueblito cercano a Villegas, ir a Piedritas a bailar los viernes con Andrea y volver… A dedo o con los policías que eran amigos de mi papá, o con alguno de los chicos. La pasábamos tan bien todas, Alicia, Magalí, Betina, Verónica, Andrea y yo. Las seis hacíamos un buen grupo, los fines de semana a la tarde nos juntábamos en casa y planeábamos qué íbamos a hacer a la noche.
16 años: (¡Cómo cambiaron las cosas!) Comencé a reducir mi entorno, mi mundo se reducía sólo a una persona. Me enamoré, no voy a negar que nunca estuviera enamorada. Aprendí a amar. Yo sabía que siempre hay que buscar detrás. Y sí… detrás de una PC me empecé a enamorar. Él iba al Cyber Cemento (de La Carlota, Cba) en su bicicleta azul, o la violeta de su hermana. El me llamaba todos los días a las nueve de la noche, yo sonreía y le decía que lo amaba.
Yo comencé a escribirle Cartas, miles de Cartas, y las otras tantas que contándolas creo que son 186. El siempre pensó que yo las había perdido, y en realidad es que siempre las guardé. Yo sé que él fue muy importante en mi vida, también sé que los dos nos lastimamos mucho y aunque yo lo perdoné muchas veces, él siguió con la negación de querer escapar a nuestro amor.
Hicimos juntos el amor por primera vez. Él llegó a su casa, despertó a su hermana y se lo contó. Yo nunca fui demasiado sociable, lo guardé para mí. Uno de los más graves errores que cometí fue no ser sociable, porque el sí lo era, le encantaba estar rodeado de gente. A mí no. Pretendía que yo hiciera sonrisas a quienes les habían dañado, perdonar a alguien que no me había pedido perdón. Sé que con el tiempo todo reflexionamos y esas personas muchas veces deben estar pensando en lo que hicieron para lastimarme.
El no era un santo, pero era mi primer amor, sus sonrisas me llenaban de alegría. Sus cigarrillos en el garaje de su casa me gustaban mucho más, él, sentado en un sillón a rayas azules o rojas me miraba y sonreía, me hacía sentar en su falda, me miraba a los ojos y me decía lo mucho que me amaba, yo lo abrazaba y le pedía que, por favor, no me dejara nunca. Y el se cansaba de decirme: “Te amo gorda, no quiero que te vayas”. Y yo, igual que su abuela, como él solía decirme empezaba a llorar…
Lloraba porque lo amaba, porque no había momento del día en el que no pensara en él. Él era el único capaz de remediar todo el sufrimiento por el que había pasado. Tenía sus cosas… muchas veces me mentía, me pedía perdón y volvía a cometer los mismos errores. Pero a mí no me importaba, yo era la mujer a la que él amaba. Con quien salía a pasear y atendía el negocio de sus padres, era yo a quien le regalaba sus Cartas de amor, y le contaba sus secretos, era yo quien depilaba sus cejas, tendía su cama, dormía con él, quien compartía navidad y año nuevo, las vacaciones, a quien le hacía regalos sin importar el precio.
A quien siempre le decía que se veía hermosa aunque tuviera un granito en la frente. Era quien creía mejor. Era yo con quien compartía las tardes de sol sentados en la vereda o los días de lluvia haciendo el amor. Yo lo era todo para él. Y el para mí era lo mejor, quien estaba siempre conmigo, las boletas caras de teléfono en casa y que papá se cansaba de reprocharme. Él era los paseos en moto en Villegas, las películas con helado en casa, los juegos en mi computadora, los celos permanentes que me hacían amarlo más. Él era mío.
17 años: Todo un gran cambio. Fin de la secundaria, comienzo de la Universidad, una ciudad distinta, una educación distinta, un mundo distinto. Decidir qué quiero ser en un futuro. Qué decisión tan importante. Y allí en ese decidir siempre teniendo en cuenta a las personas que amas. En primer lugar, mi familia, y en segundo, mi novio.
Mi papá me dijo que decida qué me hacía más feliz, y ahí no dudé dos segundos en pensar en mi novio, yo lo único que quería era estar con él. Sabía que si me iba a estudiar a Capital Federal lo iba a perder, y él no tardó en decirme que no soportaría tenerme lejos. Me insistió y terminé en Río Cuarto, a 100 Km de donde él vivía (La Carlota Cba).
Para mí la entrada a la universidad significó un cambio muy importante en mi vida. Separarme de mi familia, llegar a un lugar en donde no conoces a nadie y nadie te conoce a vos. Donde si necesitas algo no hay vecino que te ayude. Donde aprendes a equivocarte más rápido, y a tener coraje en algunas decisiones. De pronto la familia de mi novio comenzó también a ser la mía. Su abuela se convirtió en un ser muy preciado para mí.
Los paseos por la vereda de su casa, tendida de su mano. Las mañanas compartidas escuchando radio o preparando el almuerzo. Los secretos de las dos, sus consejos, sus idas y venidas del baño a la cocina. Recuerdo su pollera negra y su campera de lana color marrón. El frío permanente de su cuerpo, y sus llantos en silencio clamando el sufrimiento de sus hijos.
Añoraba los chistes de mi suegra, ayudarla a limpiar la casa, o depilarle sus amplios bigotes con los que siempre surgía un comentario entre las dos riéndonos. Ir a la peluquería juntas, o los consejos acerca de algunos temas para que su hijo sea mejor. La seriedad de mi suegro, que pocas veces demostraba sentimientos pero que cuando lo hacía se notaba que tenía un gran corazón. Recuerdo lo mal que me sentía cada vez que mi novio me decía que su papá estaba mal de salud, la omnipotencia en no saber cómo ayudarlo.
Extraño los gestos de mi cuñada al abrir la heladera, o en quejarse siempre por alguna razón... Ir de compras con ella, que se pruebe tanta ropa, o que me haga plancharle el pelo.

18 años: Días de semana: Río Cuarto, ESTUDIO. Aunque había semanas que me iba a Carlota. Fines de semana: Carlota (asegurado).
19 años: Nacimiento de mi sobrina. Mi novio se viene a vivir conmigo a Río Cuarto. Parece ser que: el saber que nos tenemos el uno al otro nos hace valorarnos menos. Los golpes se hacen costumbre, las palabras hirientes ahora marcan heridas físicas. Pero mi amor por él, o mi ceguera invisible parece no dejarme apartar de su amor.
Por problemas de salud, él debe regresar a Carlota. Su ausencia comienza a notarse cada día. Aunque nos seguimos viendo cada fin de semana yo noto que la relación ya es distinta. Rumores, siempre Rumores. Verdades concretas e invisibles. Él pretendía encerrarme, apartarme del mundo. No quería que yo chateara (Supuestamente porque nosotros nos habíamos enamorado chateando y el no quería que yo me fije en otra persona).
Estando con él, nunca pude tener amigos varones, y amigas mujeres tampoco, porque para él todas eran “malas personas”. No podía ni ir al mercado de la vuelta de casa. No podía sentarme frente a la computadora. Controlaba insistentemente mi celular.

20 años: Algo se rompió. Y el amor que alguna vez sentimos quedó oculto. Lo taparon sus golpes, su falta de importancia hacia mi persona. Mi vida ya cargaba con una angustia existencial. ¿Qué había pasado con nuestros sentimientos? ¿Quién me había cambiado a la persona que insistentemente con una sonrisa plena en su rostro me decía cuánto me amaba? ¿A dónde fueron a parar los sentimientos al hacer el amor?... Se rompió... Mi corazón se rompió, mi alma se cayó en pedazos.
La soledad surgió dentro de mí con toda su gloria, y la angustia provocada por las espinas de ese amor se clavaba cada vez más en mi garganta. Y así, con esa caída insistente de todo mi ser. Cada mes transcurrido después de habernos separado, el me buscaba. Estando de novio con otra persona, que según él le dio lo que yo nunca le di “Un hijo” (por mil motivos), me fue a buscar a mi ciudad, yo cedía a nuestros miles de encuentros clandestinos. Cada mes, cada noche, en cada beso, en cada entrega…
Yo aún no entiendo qué nos pasó, tampoco quiero saberlo. Ahora ya es muy tarde. El 28 de diciembre de 2008. Con una tremenda angustia, no sólo por lo que me había pasado con respecto al amor; sino al reconocer cuántas cosas se pierden en la vida y juntando todo el dolor que me habían provocado las personas que yo más amaba, al descubrir que el tiempo no se puede volver atrás para remediar todos esos errores, para no dejarme lastimar… Ahí, caí en la cuenta de que ya era demasiado tarde, ya no había fuerzas para nacer de nuevo, para un “volver a empezar”.
Así, cargada de todas esas negras emociones intenté suicidarme. No me da vergüenza contarlo. Desde ese día siento que Dios me dio una segunda oportunidad. Ese día, el día de mi suicidio vi caer desplomado en el sillón del living a papá, la inmensa tristeza de mi mamá pidiéndome, por favor, que la perdonara, que perdonara sus errores, que esta vida esperaba más de mí. La desesperación de mi hermana mayor corriendo de un lado a otro en la casa, sin saber qué hacer.
Y de repente cuando para mi todo dejaba de existir, haciéndome inmune al dolor, alguien me sujeta de los brazos, al lograr zafarme, intento nuevamente partir. Ya no había mundo para mí. Ya no había nada. Mi casa rodeada de gente, mis papás clamando, por favor, que no lo hiciera, y mi angustia tan eterna de querer abandonar todo una vez más. Mis brazos ya estaban cansados de dolor, mi corazón no aguantaba más la pesadilla de seguir latiendo.
Pero hubo brazos, hubo lágrimas, hubo gritos, hubo reacciones. Y ahí me di cuenta de que yo era alguien para el mundo, y de que el mundo era todo para mí.
21 años: 21 de marzo de 2009 cumplí 21 años. Ya mayor de edad. ¡Fuerte! Porque lo que no te mata te fortalece. Crecí espiritualmente, me acerqué más a Dios, y a mi familia, a la que tanto había descuidado. Comencé a ser más sociable. No tengo problemas con nadie, me llevo bien con todo el mundo.

PRÓXIMAMENTE SE CONOCERÁ LA CONTINUACIÓN DE ESTE AMPLIO DIALOGO.


Pasó un día… Sí, ya un día… Hoy también hace frío, tanto o más que ayer. Son cerca de las ocho de la tarde, sigo acompañada por esta soledad inmensa, mi única compañera, la que siempre en mis días más oscuros se anima a acompañarme repitiendo una y otra vez cuánto queda por hacer, cuánto por ganar, y recordándome cuánto se perdió. Como les contaba antes… ese día de la sesión había sido para mí, un día muy duro.
Sacar a la luz todo aquello que durante toda mi vida había estado oculto, revelar el eterno sufrimiento callado durante largos años a una persona que poco conocía… A Carina, la psicoanalista parecía no interesarle demasiado lo que yo le contaba. Mientras mis lágrimas se amontonaban sin dejar lugares secos en mis brazos, ella me siguió preguntando.

Noté que no me miraba a los ojos, tampoco quería que lo hiciera, me sentía patética llorando frente a alguien que no me inspiraba confianza. De pronto sentí que se levantó, pensé que se iba a dirigir a mí para ofrecerme un pañuelo descartable de los que siempre solía tener sobre su mesa, pero no. Se dirigió hacia un dispensar de agua que se encontraba a su derecha, y sin decir nada, tomó un vaso completo de agua sin suspirar y de un sólo sorbo.
Al volver se sienta en un sofá a mi izquierda, cruza sus piernas, toma nuevamente su libro de notas y su lapicera dorada, para anotar no sé qué cosa.

Psicoanalista: Todos atravesamos momentos difíciles, digo… Hay mucha gente que no tiene familia. Mucha gente a la que se le han muerto seres queridos. Me parece que tienes que pensar que en la vida no hay felicidad eterna. Todos sufrimos alguna vez por amor.

Al decirme esto, yo me quedé muda. Mis lágrimas se paralizaron. No podía creer que me estuviera diciendo esta cantidad de pavadas. Yo había sufrido mucho, era yo a quien ella tenía que ayudar, no a “todos”. Yo había atravesado momentos muy duros en mi vida que me habían llevado a la decisión de no vivir más.
Cuando una persona decide morir, decide ponerle fin a una situación por el exceso de problemas que cree no poder solucionar. Sentí que algo andaba mal. Sentí que estaba en el lugar equivocado, que Carina no me ayudaba en nada. Y entonces le dije…
Yo: Mira Carina, yo sé que todos sufrimos en mayor o menor medida, que no soy la única persona que en vida tuvo problemas y no los pudo solucionar... Pero yo estoy acá porque necesito que vos me ayudes, no para que me digas lo que yo ya sé.

A veces creo que es difícil saber más de la cuenta, y demasiado fácil ser boludo. Creo que a veces puedo conocerme, y encontrar solución a mis problemas mejores que cualquier otra persona. Pero no todos podemos. Lleva tiempo, mucho tiempo conocerse a uno mismo, saber qué es lo que se quiere para la vida, y qué es lo que no se quiere.

Ella no levantaba la cabeza, se mostraba demasiado pendiente en escribir sobre su anotador todo lo que yo decía, creo que escribía lo que yo decía. Cuando terminé de hablar me miró por encima de sus anteojos y volvió a cruzar sus piernas en dirección inversa. Esta vez sentí que se ponía nerviosa al hablarme, le temblaba la voz. Yo no la miraba fijo, sólo de vez en cuando, no quería intimidarla, y tampoco que ella lograra eso conmigo, aunque más de lo que le había contado… No sé qué más le podría decir… Como decía... Con voz suave pero muy nerviosa me dijo:

Psicoanalista: Bueno, me dijiste que habías venido porque te vas a casar y quieres asegurarte de que vas a ser feliz. ¿No?

Yo estaba horrorizada, quería comerme las uñas, gritar, salir corriendo, irme ya de ese lugar. Ahora me daba vergüenza todo lo que le había contando. Me hacía sentir patético, yo quería que tomara muy en serio mi situación. Ahora que había ido por asegurarme de que iba a ser feliz casándome, en realidad ahora mi objetivo estaba cambiando. Le había contado toda mi vida. ¿Para qué? ¿Para nada? Me sentía un gorrión herido, un pichón sin el aliento de su madre. Y sin saber qué decirle por tanta confusión que me provocaba la situación respondí:

YO: Sí.

Ella se acomoda nuevamente en el sofá, cambia de posición sus piernas, y aunque no me mirara yo ya estaba nerviosa, y comenzaba a sentirme intimidada.

Psicoanalista: Te dije que te relajes Yanina, no pasa nada.

¿Qué no pasaba nada? Yo sentía que el suelo me estaba chupando, me estaba hundiendo en la nada y ella seguía con esas tontas conclusiones.

Psicoanalista: La vida es un soplo. Un día se tiene todo, o no se tiene nada y puede ser que al día siguiente todo se revierta. ¿Sabes qué pienso Yani? (me decía esto mientras dejaba de escribir y apoyaba seriamente su mano derecha sobre el mentón)

YO: No, no sé lo que piensas. A lo mejor crees que estoy loca o que soy una tonta que viene a contar sus problemas.

Psicoanalista: No, no pienso eso. Creo que te conoces muy bien a vos misma y a veces eso se transforma en un problema. Yo sé que mientras yo te hago preguntas o te hablo vos estarás pensando... ¡qué poco sabe esta mujer! O ¿de qué me está hablando?, no soy vidente, pero sé que vos eres muy inteligente, pero el sentirte sola, el encerrarte y conocerte demasiado es lo que te lleva a tu soledad. Vos piensas que el mundo no te puede aportar nada, porque sólo vos sabes lo que quieres. Crees que tu mundo se reduce a eso que vos quieres.
Y. ¿Para qué tener demasiados amigos si con uno o dos ya está bien?, ¿Para qué salir a bailar?, ¿Para qué estar en familia? Si yo sé cómo son todas las cosas. Sí, sé que te has dicho esto muchas veces. Y aunque no lo aceptes éste ha sido el consuelo para tu soledad. Has querido tapar el inmenso agujero oscuro de tu alma creyendo que no necesitabas nada del mundo, porque tu mundo se reducía a la soledad y vos.

Yo me quedé paralizada. No sabía qué decir. De repente, hubo un silencio entre las dos pero… el ruido de los autos del boulevard Roca estaban dentro del consultorio, la calefacción empezaba a hacer transpirar mis manos y mis ojos estaban extasiados de incomprensión. Y dije…

YO: ¿Qué me quisiste decir?

Psicoanalista: No, no se sonrió si es lo que piensan. Nuevamente me miró por encima de sus anteojos muy sería, apoyó el anotador sobre su falda y cruzando los dedos de sus manos a la altura de la boca me dijo: Te quiero decir que no te cases por soledad. Para tapar el vacío oscuro que hay en vos. Te quiero decir que aún te queda mucho por descubrir. Que empieces hoy a pagar tus cuentas pendientes.

YO: Ay Carina, no entiendo, me estoy volviendo loca. ¿No entiendes todo lo que sufrí? ¿Cómo hago para dejar de sufrir?

Psicoanalista: Yani, ojalá existiera una inyección para dejar de sufrir. No habría persona que no se vacunara contra el dolor. Quiero decirte que no tienes una sola abuela, que los abuelos siempre son cuatro, y aunque siempre haya preferencia por alguno, los otros no dejan de existir.
Quiero decirte que cuando sentimos que lastimamos a alguien es porque entre esas personas hay amor, y que es imposible no lastimar a un padre, a una madre, a nuestros hermanos, y ojalá se pudiera borrar las feas situaciones que nos han tocado vivir, pero eso es imposible, entonces la única solución es valorarlos más, comprenderlos, amarlos, y por sobre todo disfrutarlos el máximo tiempo posible y repitiéndoles cuánto los quieres, porque nadie es eterno, y es feo quedarse con las ganas anudadas en el pecho de decirles cuánto se los ama.
Y con respecto al amor, fue tu primer novio, es muy importante, ya lo creo. Vos todavía no pudiste olvidarlo, pero aunque vos no lo creas, lo vas a lograr. No vivas pendiente de lo que él hace, porque mientras vos lloras en silencio tirada en una cama, él está con otra persona y no piensa en lo mucho que vos sufrís. Algún día, ten la plena seguridad de que aparecerá alguien en tu vida que renovará las sensaciones más hermosas y volverás a sentir en tu panza las mariposas que alguna vez pensaste que se habían marchado.

La ventana daba frente a la Avenida del Boulevard Roca, el sol entraba desde un ángulo perfecto y se estrellaba en la suave cortina blanca del consultorio. Yo, con mis zapatillas oscuras algo sucias, mis jeans de todos los días y el suéter casi deshilachado de tanto usarlo me crucé de piernas. Sentí que la cola de mi cabello ahora me estaba molestando contra el sofá en donde estaba recostada.
Miré hacia los costados, de un lado... Carina en el consultorio; del otro lado… La ventana y el sol.

Miré a Carina y le dije:

YO: Gracias. Es hora de empezar a vivir.

Allí, en esas cuatro paredes oscuras quedaba mi soledad. Mis recuerdos, mis penas más dolorosas, mis miedos, mi incertidumbre frente al mundo, la falta de confianza a mí misma. Quedaba allí el pasado irremediable. Las horas de llanto que supuraban las heridas más sangrientas de mi alma. Las espinas más agudas de todo mí ser.
Al bajar las escaleras del edificio sabía que ahora era tiempo de empezar a vivir. Con mucho cuidado y con la plena certeza de que todo cambiaría, porque yo era quien deseaba cambiar abrí la puerta de salida, lo primero que hice fue mirar al cielo, estaba tan azul… no había nubes, no hacía frío.
Mis zapatillas eran las más limpias que podía ver en cualquier parte, mi pantalón era el más nuevo. Mi suéter ya no estaba deshilachado, lo tapaba mi brazo que ahora ya no secaba lágrimas ni transpiraba de vergüenza. Solté mi pelo y lo dejé libre. Me miré en la vidriera de enfrente y me sentí linda, sonreí... me di cuenta de que el mundo depende de cómo lo mire, de que mi soledad es soledad porque la elijo. Ahora sé qué es vivir.
Colaboración de Yanina Provost
Argentina

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