Cuando mi esposo y yo salimos
por primera vez como misioneros, recuerdo haber estado preocupada por el
crecimiento del materialismo en nuestra sociedad. Nunca se me cruzó por la
mente que yo misma pudiera ser materialista. Después de todo, ¿no habíamos
acaso salido al extranjero con casi nada? ¿No estábamos eligiendo vivir en un
apartamento con muebles muy viejos y en decadencia? Pensaba que el materialismo
no podía tocarnos.
Sin embargo, sentimiento de
descontento gradualmente comenzaron a echar raíces en mi corazón. Al poco
tiempo sentía el hambre y el anhelo de tener cosas bonitas y estaba disconforme
por no tenerlas.
Luego, un día, el Espíritu de
Dios abrió mis ojos con una verdad profunda y perturbadora: el materialismo no
es necesariamente tener cosas, también puede ser anhelarlas. Allí estaba yo...
¡culpable de materialismo! Dios había expuesto mi descontento por lo que era
¡un ídolo en mi corazón! Ese día, cuando me arrepentí de este sutil pecado,
Dios volvió a capturar mi corazón y establecerse allí con Su trono de justicia.
No hace falta decir que a esto le siguió una profunda satisfacción, basada no
en cosas materiales sino a Él.
En el tiempo de Ezequiel, Dios
lidió concienzudamente con este tipo de idolatría secreta. Su trono en la
tierra siempre ha estado en los corazones de su pueblo. Esa es la razón por la
que debemos eliminar de nuestro corazón cualquier cosa que destruya nuestra
satisfacción en Él. -JEY
Un ídolo es cualquier cosa que
ocupa el lugar de Dios.
Fuente: Nuestro Pan Diario.
Publicaciones RBC
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