“Yo tenía
16 años y estaba viviendo con mis padres en el Instituto que mi abuelo había
fundado a 18 millas en las afueras de la ciudad de Durban, en Sudáfrica, en
medio de plantaciones de azúcar.
Estábamos
bien adentro del país y no teníamos vecinos, así que a mis dos hermanas y a mi
siempre nos entusiasmaba el poder ir a la ciudad a visitar amigos o ir al cine.
Un día mi
padre me pidió que le llevara a la ciudad para atender una conferencia que duraba
el día entero y yo salté a la oportunidad.
Como iba a la ciudad mi madre me dio una
lista de cosas del supermercado que necesitaba y como iba a pasar todo el día
en la ciudad, mi padre me pidió que me hiciera cargo de algunas cosas
pendientes como llevar el auto al taller.
Cuando
despedí a mi padre, él me dijo: -Nos vemos aquí a las 5 P.M. y volvemos a la
casa juntos.-
Después
de muy rápidamente completar todos los encargos, me fui hasta el cine más
cercano. Me enfoqué tanto con la película, una película doble de John Wayne que
me olvidé del tiempo. Eran las 5:30 P.M. cuando me acordé. Corrí al taller,
conseguí el auto y me apuré hasta donde mi padre me estaba esperando. Eran casi
las 6 P.M.
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