Ana era una niñita muy traviesa, quien le
gustaba engañar a las personas. Por ejemplo, ella aprendió a hacer humo con
hielo seco, así que solía engañar a los vecinos de que había un incendio. O
llamaba a las personas y les daba mensajes falsos.
Un día, se mudó al vecindario un viejito muy simpático que inmediatamente fue
identificado como un sabio muy famoso. ¡Anita se derritió de la dicha! Era una
víctima nueva para sus travesuras.
El primer día fue y colocó el hielo seco como la profesora le había enseñado
para parecer un incendio, justo en la ventana que el sabio prefería para sus
lecturas matinales. Pero, el hombre ni siquiera se movió. El hielo secó se
terminó y el humo se acabó.
Al día siguiente empezó a llamarlo de varias maneras, con mensajes distintos
(ella había desarrollado la habilidad de disfrazar la voz). Pero, a cada
llamada, después del mensaje, el sabio siempre contestaba: "Si algo tiene
que venir, vendrá."
Al tercer día, desesperada con su fracaso, decidió darle un susto al buen
hombre, llamando a la policía e identificándolo como un secuestrador de niños.
Con la boca abierta vio a los policías tomándose té con el viejito.
Al cuarto día, mientras regresaba de la escuela, vio el sabio y… ¡él la
llamaba! Asustada, trató de disuadirlo, pero el hombre fue más rápido y la
alcanzó. La tomó de la mano y le dijo:
- Te quiero dar este regalito. Sabe, Ana, hace mucho que no me reía tanto. ¡Lo
de los policías me pareció simplemente fabuloso!
- Yo… no… pues… ¿cómo lo supiste?
- No importa Anita, lo supe. Cuando quieras, te comento que empecé una lectura de
cuentos para los niños del barrio. Eres bienvenida. Empieza a las 4 de la
tarde.
Y a las 4, ahí estaba Anita y ahí estuvo por mucho tiempo. Vale la pena decir
que nunca más hizo travesuras y cuando terminó la universidad, se fue a vivir
en otra ciudad. Los años pasaron y con la tecnología, continuó comunicándose
con el sabio. Nunca supo como él había descubierto que era ella la autora de
las travesuras. Un día, el sabio falleció, pero ella continuó acariciando sus
memorias tiernamente.
Lo que sí descubrió es que el lema del sabio era el más correcto y la ayudó
mucho en su atribulada vida. Cuando quiera que algo malo le pasaba, recordaba
la voz calmada del sabio: "Si algo tiene que venir, vendrá."
Automáticamente, su mente se relajaba, aceptaba las situaciones y era capaz de
superarlas con éxito. Y Ana un día se convirtió una sabia. Con su familia y
vecinos, igualmente les enseñaba cuentos e historias, aceptaba las travesuras
de todos (su hija era igualita que ella) con una sonrisa en el rostro y la
frase mágica e inolvidable:
"Si algo tiene que venir, vendrá."
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