El matrimonio y los cambios
De siempre no me he sentido discípulo del que da un consejo sin haber tenido la experiencia de vivir el trance, y lo digo porque a lo largo del tiempo he pensado, y lo sigo manteniendo, que el mejor general de ejército es el que comienza de soldado; el maestro de obras más destacado el que se inicia de peón y el mejor cura el que parte de monaguillo. Y, a propósito de cura, nunca entendí, y sigo en la misma tesitura, cómo los sacerdotes aconsejan sobre problemas matrimoniales cuando ellos son célibes. Uno tampoco dispone de elementos de juicio suficientes para aconsejar sobre el particular pese a llevar muchos años casado, por lo que estima que las personas más indicadas serían aquellas que hayan pasado al menos por la experiencia de más de un enlace matrimonial, o con diferente pareja, como se dice ahora a la convivencia de un hombre y una mujer con fines y características semejantes a las del matrimonio tradicional y clásico, aunque eso de pareja, a los que tenemos unos años nos suena por antonomasia al binomio de dos miembros del Benemérito Instituto Armado, de carácter militar, de la Guardia Civil. Pero bueno, a lo que iba. A grandes cambios grandes medidas, de manera que el hecho de vivir juntos un hombre y una mujer entre los que casi todo se comparte y con la finalidad de un rol semejante al tradicional matrimonio de siempre, que ya se disipa, no sería muy desacertado aconsejar que el hogar para vivir se concierte en régimen de alquiler; un instrumento legal de separación de bienes y que el compromiso de la unión se lleve a cabo sólo por lo civil, con lo que en el futuro se evitarían enredos y acontecimientos indeseables, especialmente de no existir descendientes o adopciones.
Arcos de la Frontera (Cádiz), 23 de mayo de 2012
Salvador Hueso Sañudo
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