Domingo XXV del Tiempo Ordinario - ciclo B
Jesucristo con su persona, con su enseñanza y su vida ha traído un cambio al mundo del hombre. En este cambio se centran de alguna manera los textos litúrgicos del actual domingo. Al impío que no entiende ni acepta la vida del justo se le pide implícitamente un cambio de actitud (primera lectura). Los discípulos de Jesús necesitan cambiar de mentalidad ante las enseñanzas sorprendentes de su Maestro (Evangelio). Santiago propone a los cristianos un programa espiritual que implica un cambio en el estilo de vida que antes llevaban (segunda lectura).
Mensaje doctrinal
1. Cambiar la actitud. ¿Cuál es la actitud del impío para con el justo? ¿Del pagano o del judío renegado que vivía en Alejandría de Egipto para con el judío fiel a la ley que regula toda su vida? Según el libro de la Sabiduría, el impío piensa que el justo es un fastidio para él, porque es la conciencia crítica de su obrar; en lugar de admirarle e imitarle, como debería, prefiere someterle a prueba; incluso a la prueba de la muerte, saltándose las leyes humanas y divinas, para ver si el Dios en quien confía le protege y le salva. En los versículos 21 y 22 del mismo capítulo se añade: "Así piensan, pero se equivocan... No conocen los secretos de Dios". Se equivocan. Su actitud no corresponde a la que Dios quiere. Hay, por tanto, que cambiar. El justo, el fiel, el santo ha de ser admirado y propuesto como modelo digno de imitación. Es verdad que el hombre fiel es un reclamo a la conciencia, pero esto debe ser causa de alegría y de gratitud. ¿Por qué no acudir a Dios con la confianza del justo en lugar de ponerle a prueba incluso con la muerte?
2. Cambiar la mentalidad. A los discípulos de Jesús no les entra en la cabeza el que su Maestro tenga que pasar por el túnel del sufrimiento, que para ser el primero se haya de ser el servidor de todos, que en las nuevas categorías del Reino de Cristo el niño ocupe un lugar primordial. No es fácil para ellos dejar la concepción en la que se habían educado desde su infancia. Pero si quieren ser discípulos de Cristo tienen que cambiar. Han de aceptar que el sufrimiento es camino de redención para Jesucristo y lo sigue siendo para los cristianos. Se han de convencer vitalmente que el servir no es un favor que se hace alguna vez, sino el estilo habitual de ser cristiano y de vivir en cristiano. Deberán olvidar que el niño es algo que no cuenta en la reunión de los mayores, para llegar a la certeza de que acoger a quien no cuenta, al marginado, al débil, al necesitado es acoger a Cristo y mediante Cristo al mismo Padre celestial. El trato y la compañía de Jesús, por un lado, y la acción del Espíritu, por otro, realizarán el milagro.
3. Cambiar de vida. Si cambiar el modo de pensar es difícil, mucho más lo es el cambio de vida. El Bautismo y la Eucaristía reestructuran al hombre por dentro, le infunden un nuevo modo de ser y un principio nuevo de actuación. En ello está la base del cambio de vida, pero este cambio requiere gracia de Dios, trabajo humano, tiempo para que las nuevas estructuras sean vitalmente asimiladas y configuren día tras día, acción tras acción, el comportamiento humano. Sólo cuando se haya logrado la nueva configuración existencial, "la sabiduría que viene de arriba, que es pura, pacífica, indulgente, dócil, llena de misericordia y buenos frutos, imparcial, sin hipocresía" guiará el obrar humano y cada uno de sus actos. Sin esta configuración que requiere gracia, esfuerzo y tiempo, las viejas estructuras seguirán vigentes y con ellas actuar conducido por las contiendas, las codicias, los deseos de placeres, las envidias. Cambiar la vida es la gran tarea del cristiano, llevada a cabo con constancia y entusiasmo.
Sugerencias pastorales
1. Cambiar desde Dios. La cultura en la que vivimos y la mentalidad de nuestros contemporáneos está hecha al cambio. Se cambia más fácilmente que antes de trabajo, de ordenador, de coche, de casa, de país... Se cambian también los modos de pensar y vivir, los valores de comportamiento, y hasta la misma religión. El cambio está a la orden del día, y quien no cambia, pronto pasa a formar parte de los retros. El cambio, al contrario, es propio de los progres, que parece que lo llevan en el DNA. Pero, ¡claro!, no todo cambio es bueno para el hombre. Ni todo cambio indica progreso. Hay cambios que son una desgracia: que lo cuenten si no tantos emigrantes, obligados por la necesidad a dejar sus patrias; que lo digan tantas jovencitas obligadas a vender su cuerpo en el supermercado de la prostitución; que lo griten tantos niños obligados a trabajar en condiciones inhumanas o raptados para comerciar con sus órganos. ¡Esos cambios gritan al cielo! El cambio al que la liturgia nos invita es el cambio desde Dios. Es decir, aquel cambio que Dios quiere y espera del hombre para que sea más hombre, para que viva mejor y más plenamente su dignidad humana. El cambio que Dios quiere es el de la injusticia a la justicia, del abuso al servicio de los demás, de la infidelidad a la fidelidad, del odio al amor, de la venganza al perdón, de la cultura de muerte a la cultura de la vida, del pecado a la gracia y a la santidad.
2. Tu programa de vida. Con mayor o menor claridad, todo hombre se traza un propio proyecto de vida. Qué quiere ser, qué quiere hacer, a qué valores no puede renunciar, de qué medios servirse. Pienso que todo cristiano debería tener un pequeño proyecto o programa de vida en su condición precisamente de cristiano. Qué voy a hacer por Cristo y por mis hermanos. Qué valores voy a proponer a mis hijos. Por qué valores voy a luchar en mi vida personal, familiar, social. Cuánto tiempo voy a dedicar a mi misión de apóstol de Jesucristo dentro de mi comunidad parroquial, diocesana, dentro del movimiento al que pertenezco. Qué iniciativa, pequeña o grande, voy a proponer para fomentar el sentido de Dios, para promover las vocaciones al sacerdocio o a la vida consagrada, para visitar y atender a los enfermos o a los que viven solos en mi barrio, en mi parroquia. No es necesario que sea un programa grande, completo. Haz un pequeño programa para un año. Un programa que te ayude a crecer en tu vida espiritual: dedicar, por ejemplo, un tiempo diario a la oración, o confesarte con más frecuencia y regularidad, o luchar con más decisión y energía contra el vicio del alcohol o de la droga blanda. Un programa que te mantenga activo en tu misión eclesial: dar catequesis, formar parte del coro parroquial, prestar más atención a la educación espiritual y moral de tus hijos. Al final del día, o al menos de la semana, reflexiona un poco sobre cómo lo has cumplido. ¡Cuánto bien puede hacer un pequeño programa!
Jesucristo con su persona, con su enseñanza y su vida ha traído un cambio al mundo del hombre. En este cambio se centran de alguna manera los textos litúrgicos del actual domingo. Al impío que no entiende ni acepta la vida del justo se le pide implícitamente un cambio de actitud (primera lectura). Los discípulos de Jesús necesitan cambiar de mentalidad ante las enseñanzas sorprendentes de su Maestro (Evangelio). Santiago propone a los cristianos un programa espiritual que implica un cambio en el estilo de vida que antes llevaban (segunda lectura).
Mensaje doctrinal
1. Cambiar la actitud. ¿Cuál es la actitud del impío para con el justo? ¿Del pagano o del judío renegado que vivía en Alejandría de Egipto para con el judío fiel a la ley que regula toda su vida? Según el libro de la Sabiduría, el impío piensa que el justo es un fastidio para él, porque es la conciencia crítica de su obrar; en lugar de admirarle e imitarle, como debería, prefiere someterle a prueba; incluso a la prueba de la muerte, saltándose las leyes humanas y divinas, para ver si el Dios en quien confía le protege y le salva. En los versículos 21 y 22 del mismo capítulo se añade: "Así piensan, pero se equivocan... No conocen los secretos de Dios". Se equivocan. Su actitud no corresponde a la que Dios quiere. Hay, por tanto, que cambiar. El justo, el fiel, el santo ha de ser admirado y propuesto como modelo digno de imitación. Es verdad que el hombre fiel es un reclamo a la conciencia, pero esto debe ser causa de alegría y de gratitud. ¿Por qué no acudir a Dios con la confianza del justo en lugar de ponerle a prueba incluso con la muerte?
2. Cambiar la mentalidad. A los discípulos de Jesús no les entra en la cabeza el que su Maestro tenga que pasar por el túnel del sufrimiento, que para ser el primero se haya de ser el servidor de todos, que en las nuevas categorías del Reino de Cristo el niño ocupe un lugar primordial. No es fácil para ellos dejar la concepción en la que se habían educado desde su infancia. Pero si quieren ser discípulos de Cristo tienen que cambiar. Han de aceptar que el sufrimiento es camino de redención para Jesucristo y lo sigue siendo para los cristianos. Se han de convencer vitalmente que el servir no es un favor que se hace alguna vez, sino el estilo habitual de ser cristiano y de vivir en cristiano. Deberán olvidar que el niño es algo que no cuenta en la reunión de los mayores, para llegar a la certeza de que acoger a quien no cuenta, al marginado, al débil, al necesitado es acoger a Cristo y mediante Cristo al mismo Padre celestial. El trato y la compañía de Jesús, por un lado, y la acción del Espíritu, por otro, realizarán el milagro.
3. Cambiar de vida. Si cambiar el modo de pensar es difícil, mucho más lo es el cambio de vida. El Bautismo y la Eucaristía reestructuran al hombre por dentro, le infunden un nuevo modo de ser y un principio nuevo de actuación. En ello está la base del cambio de vida, pero este cambio requiere gracia de Dios, trabajo humano, tiempo para que las nuevas estructuras sean vitalmente asimiladas y configuren día tras día, acción tras acción, el comportamiento humano. Sólo cuando se haya logrado la nueva configuración existencial, "la sabiduría que viene de arriba, que es pura, pacífica, indulgente, dócil, llena de misericordia y buenos frutos, imparcial, sin hipocresía" guiará el obrar humano y cada uno de sus actos. Sin esta configuración que requiere gracia, esfuerzo y tiempo, las viejas estructuras seguirán vigentes y con ellas actuar conducido por las contiendas, las codicias, los deseos de placeres, las envidias. Cambiar la vida es la gran tarea del cristiano, llevada a cabo con constancia y entusiasmo.
Sugerencias pastorales
1. Cambiar desde Dios. La cultura en la que vivimos y la mentalidad de nuestros contemporáneos está hecha al cambio. Se cambia más fácilmente que antes de trabajo, de ordenador, de coche, de casa, de país... Se cambian también los modos de pensar y vivir, los valores de comportamiento, y hasta la misma religión. El cambio está a la orden del día, y quien no cambia, pronto pasa a formar parte de los retros. El cambio, al contrario, es propio de los progres, que parece que lo llevan en el DNA. Pero, ¡claro!, no todo cambio es bueno para el hombre. Ni todo cambio indica progreso. Hay cambios que son una desgracia: que lo cuenten si no tantos emigrantes, obligados por la necesidad a dejar sus patrias; que lo digan tantas jovencitas obligadas a vender su cuerpo en el supermercado de la prostitución; que lo griten tantos niños obligados a trabajar en condiciones inhumanas o raptados para comerciar con sus órganos. ¡Esos cambios gritan al cielo! El cambio al que la liturgia nos invita es el cambio desde Dios. Es decir, aquel cambio que Dios quiere y espera del hombre para que sea más hombre, para que viva mejor y más plenamente su dignidad humana. El cambio que Dios quiere es el de la injusticia a la justicia, del abuso al servicio de los demás, de la infidelidad a la fidelidad, del odio al amor, de la venganza al perdón, de la cultura de muerte a la cultura de la vida, del pecado a la gracia y a la santidad.
2. Tu programa de vida. Con mayor o menor claridad, todo hombre se traza un propio proyecto de vida. Qué quiere ser, qué quiere hacer, a qué valores no puede renunciar, de qué medios servirse. Pienso que todo cristiano debería tener un pequeño proyecto o programa de vida en su condición precisamente de cristiano. Qué voy a hacer por Cristo y por mis hermanos. Qué valores voy a proponer a mis hijos. Por qué valores voy a luchar en mi vida personal, familiar, social. Cuánto tiempo voy a dedicar a mi misión de apóstol de Jesucristo dentro de mi comunidad parroquial, diocesana, dentro del movimiento al que pertenezco. Qué iniciativa, pequeña o grande, voy a proponer para fomentar el sentido de Dios, para promover las vocaciones al sacerdocio o a la vida consagrada, para visitar y atender a los enfermos o a los que viven solos en mi barrio, en mi parroquia. No es necesario que sea un programa grande, completo. Haz un pequeño programa para un año. Un programa que te ayude a crecer en tu vida espiritual: dedicar, por ejemplo, un tiempo diario a la oración, o confesarte con más frecuencia y regularidad, o luchar con más decisión y energía contra el vicio del alcohol o de la droga blanda. Un programa que te mantenga activo en tu misión eclesial: dar catequesis, formar parte del coro parroquial, prestar más atención a la educación espiritual y moral de tus hijos. Al final del día, o al menos de la semana, reflexiona un poco sobre cómo lo has cumplido. ¡Cuánto bien puede hacer un pequeño programa!
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