|     B - Domingo 21o. del Tiempo Ordinario Primera: Jos 24, 1-2.15-17; Segunda: Ef 5, 21-32;   Evangelio: Jn 6, 60-69  |   
|     Sagrada Escritura: Primera: Jos 24, 1-2.15-17;  Segunda: Ef 5, 21-32  Evangelio: Jn 6, 60-69     Nexo entre las lecturas    En decidirse está la clave de los diversos textos litúrgicos. Las tribus   reunidas por Josué en Siquén deben decidirse por servir o a Yahvéh o a otros   dioses. Ellas deciden por Yahvéh (primera lectura). Los discípulos de Jesús,   escandalizados por sus palabras (comer mi carne y beber mi sangre) son   situados por Jesús ante una decisión: "¿También vosotros queréis   marcharos?". Pedro, en nombre de los demás discípulos, se decide por   Cristo: "Señor, ¿a quién iremos? Tú tienes palabras de vida eterna"   (Evangelio). Finalmente, en la segunda lectura, la decisión irrevocable de   Cristo por su Iglesia sirve de ejemplo a la decisión mutua de los esposos en   el amor.     Mensaje doctrinal    1. Un decidir responsable. Ser hombre con uso de razón es estar   obligado a decidir en las pequeñas y en las grandes cosas de la vida. En   otras palabras, vivir es tener que decidir. Esto es ya algo muy importante,   pues nos diferencia de todas las demás criaturas del universo. Con todo, es   incompleto porque se puede decidir bien, pero también se puede decidir mal.   Más importante que decidir, es decidir bien. ¿Qué implica una buena decisión?   He aquí algunos aspectos significativos:     1) Decidir bien implica dejar algo. Dejar ante todo aquello que impide o al   menos dificulta la buena decisión. Las tribus de Israel tienen que dejar,   renunciar a los dioses de sus padres y a los dioses de los amorreos (primera   lectura). Los discípulos tienen que prescindir de sus prejuicios culturales y   religiosos ante el escándalo de la Eucaristía (Evangelio). Los cónyuges   tienen que renunciar a cualquier otro amor esponsal que no sea el del propio   cónyuge (segunda lectura).     2) Decidir bien es preferir. Ciertamente, preferir el bien sobre el mal, pero   en muchas ocasiones será preferir lo mejor sobre lo bueno. Se prefiere el   bien y lo mejor, en conformidad con la vocación y misión que cada uno ha   recibido en la vida. Todo aquello que se oponga a la vocación cristiana se ha   de dejar, y todo aquello que la favorezca se ha de preferir. Lo que   contribuya más a vivir mi vida cristiana lo que he preferir sobre otras   cosas, por buenas que sean. Éste es el camino de hacer una decisión   responsable.    2. Un decidir creyente. Para que una decisión sea responsable, ha   de fundamentarse sobre bases sólidas. Éstas no son ni los sentimientos, ni   los gustos o caprichos, ni las conveniencias personales, ni la fría y pura   razón, ni el voluntarismo a ultranza. Hay que decidir desde la fe, desde la   confianza total en la fidelidad y en el poder de Dios. Los israelitas se   sentían atraídos por los dioses de los pueblos vecinos, pero tenían la   experiencia de que Yahvéh es el único Dios fiel, rico en misericordia y   piedad. Pedro y los discípulos han experimentado, en la convivencia con   Jesús, que sólo Él "tiene palabras de vida eterna", por más que puedan   sonar escandalosas a los oídos. Cuando un hombre y una mujer se dan un sí   para siempre, lo hacen "en el Señor", es decir, confiados en el   poder de Dios que les ayudará a mantener su decisión. Es la fe, una fe   límpida, firme, cierta, irrevocable, la que impulsa y pone en acción la   capacidad humana para tomar decisiones. Cuando las decisiones, en lugar de   basarlas en la fe o en la razón iluminada por la fe, se fundamentan en   cualquier otra cosa, se corre un grandísimo riesgo de que la decisión se   tambalee y sucumba con el paso de los años, con el cambio de las situaciones,   con el desgaste diario de la convivencia. La fe funda nuestras decisiones en   la verdad y en el bien, que son columnas inamovibles y que aguantan todos los   embates y todas las tormentas.    Sugerencias pastorales    1. No decidir a la ligera. En nuestra sociedad no pocas veces se   toman decisiones a la ligera. Es verdad que hay muchas pequeñas decisiones de   cada día que ni se piensan, y por lo demás no tienen importancia ni   consecuencias notorias. Por ejemplo, la hora de salir de compras, a qué   restaurante ir a cenar o qué menú elegir para la comida del domingo. Aunque   sería mejor pensar también antes de esas pequeñas decisiones, a fin de formar   la capacidad y el hábito de hacer siempre decisiones maduras. Hay, sin   embargo, decisiones que afectan no sólo un momento o un aspecto, sino toda   nuestra vida. Por ejemplo, casarte o no, con quién casarte, cambiar de   religión, abortar o no abortar, ser o no ser practicante, colaborar o no   colaborar con la parroquia, elegir uno u otro trabajo profesional, etc. Estas   decisiones jamás han de tomarse a la ligera. De ese modo, se hace uno a sí   mismo un gravísimo daño y perjudica notablemente además a la sociedad en   general y especialmente a la sociedad familiar. Uno se pregunta cómo es   posible que en cosas de tanta trascendencia, se pueda decidir de forma tan   superficial. La respuesta que me doy a mí mismo es que la gente, sobre todo   los más jóvenes, no han sido formados para decidir en conformidad con la   verdad y con el bien. Son hijos del presente efímero, son hijos de la cultura   usa y tira, son hijos de las satisfacciones inmediatas. ¿Cómo van a estar   capacitados para tomar decisiones de toda la vida?    2. La decisión se forma. Se sabe que hay personas que por   temperamento son capaces de decisión y otras que son menos decididas o   indecisas. Independientemente del temperamento que se tenga, hay que formar   al hombre para la decisión, de modo que ésta sea firme, responsable y madura.   El temperamento muy decidido tendrá que hermanar la decisión con la prudencia   para no arriesgar en exceso. El temperamento indeciso tendrá que desarrollar   su intrepidez y valentía, a fin de dar oportunamente el paso a la decisión.   Tanto uno como otro tomarán las decisiones con plena conciencia y libertad, a   fin de que decidan de modo digno del hombre. Una decisión bajo coacción, sea   ésta psicológica, física o moral, nunca será buena, como tampoco permitirá el   crecimiento del hombre en dignidad y en humanismo. Para que el ser humano   pueda llevar a cabo decisiones acertadas y enriquecedoras, se requiere   hermanar las decisiones con su objeto propio, es decir, con el conocimiento   del bien y de la verdad. Una decisión buena madura al calor de la reflexión y   de la ponderación, ajenas por un lado a cualquier precipitación y   atolondramiento y, por otro, a toda dejación, pereza mental o permanente   estado de perplejidad. ¿Están formando los padres a los hijos para tomar   decisiones maduras? ¿Damos los adultos a los jóvenes ejemplo de buenas   decisiones, firmes y responsables? ¿Estamos convencidos de que formar la   capacidad de decisión es más importante para el futuro de un hombre que saber   mucha informática o tener un título universitario?  |   
miércoles, 22 de agosto de 2012
REFLEXIÓN DEL CONSEJO LOCAL DE HERMANDADES Y COFRADÍAS DE ARCOS DE LA FRONTERA
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