Cruzando el desierto, un viajero vio a un árabe sentado al pie de una
palmera. A poca distancia reposaban sus caballos, pesadamente cargados con
objetos de valor.
Aproximose muy preocupado. “¿Puedo ayudaros en algo?”
—¡Ay! —respondió el árabe con tristeza—, estoy muy afligido porque acabo de
perder la más preciosa de las joyas.
¿Qué joya era esa? —preguntó el viajero.
—Era una joya —le respondió su interlocutor— como no volverá a hacerse otra.
Estaba tallada en un pedazo de piedra de la Vida y había sido hecha en el
taller del tiempo. Adornábanla veinticuatro brillantes alrededor de los cuales
se agrupaban sesenta más pequeños. Ya veis cómo tengo razón al decir que joya
igual no podrá producirse jamás.
—A fe mía —dijo el viajero— vuestra joya debía ser preciosa. ¿Pero no creéis
que con mucho dinero pueda hacerse otra análoga?
—La joya perdida —respondió el árabe, volviendo a quedar pensativo—, era un
día: y un día que se pierde no vuelve a encontrarse jamás.
Esta es una gran verdad. No dejes que se pierda una hora en tu vida que
podría ser muy productiva. Horas diarias pasadas frente a un televisor, o
simplemente platicando con amigos sin que sean realmente productivas, es una
joya perdida. Hoy invirtamos el mejor tiempo, primero con Dios, luego con la
familia y en tercer lugar creciendo como personas.
Pero yo elevo a ti mi oración, oh Señor, en tiempo propicio; oh Dios, en la
grandeza de tu misericordia, respóndeme con tu verdad salvadora. Salmo 69:13
Aprovechando bien el tiempo, porque los días son malos. Efesios 5:16
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