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¡Apaga y vámonos!
Esta exclamación, que se
utiliza para dar por terminada una cosa, tiene su origen en una conseja situada
en el pueblo de Pitres. Hace siglos, dos clérigos de este municipio granadino,
aspirantes a una plaza de capellán, hicieron una apuesta a ver cuál de ellos
celebraba la Santa Misa en el menor tiempo posible. Tras concluir los preparativos para el
desafío religioso y mientras se aproximaban al altar, uno de los curas inició
la misa diciendo: "Ite, Missa est", fórmula litúrgica que precedía a
la bendición final. El otro, impasible, se giró hacia el monaguillo que
sujetaba la vela y exclamó: "¡Apaga y vámonos!, que ya está dicha la
misa".
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