Domingo XXIV del Tiempo Ordinario - Ciclo B
Primera: Is 50, 5-9a; Segunda: Sant 2, 14-18; Evangelio: Mc 8, 27-35
Nexo entre las lecturas
¿En qué consiste la esencia del hombre? La liturgia de este domingo nos da una respuesta. En la primera lectura, tres son los rasgos del hombre según el designio de Dios: el hombre es un ser "que escucha", que sufre, que experimenta la presencia y asistencia de Dios. El evangelio presenta a Jesús como la perfecta realización del hombre: el Ungido de Dios, el varón de dolores, el siervo obediente hasta la muerte, el que pierde su vida para salvar las de los hombres. Finalmente, Santiago en la segunda lectura enseña que el hombre es aquel en quien fe y obras se unen en alianza indisoluble para lograr la perfecta realización humana.
Mensaje doctrinal
1. El hombre según Dios. Pienso que la definición del hombre no ha de buscarse ni sólo ni principalmente en el hombre (aunque no ha de excluirse esta búsqueda), dado que no es autocreativo ni se llama a sí mismo a la existencia. La definición más auténtica del hombre la puede dar quien le ha creado y le ha llamado del no ser al ser, de la nada a la existencia. En el tercer canto del Siervo se delinea en cierta manera una síntesis de antropología teológica. El primer rasgo, no reportado por la lectura litúrgica, define al ser humano como quien recibe de Dios el don de hablar palabras de vida para los demás, sobre todo para el cansado y agobiado. Luego, aparecen en este canto, otros tres rasgos que se hallan en el texto litúrgico:
1) El hombre es el ser a quien Dios le ha capacitado para "escuchar", igual que los discípulos. Es un discípulo de Dios, que implica no sólo la escucha teórica, sino a la vez la escucha que conduce a la praxis, a la realización de lo escuchado, de la voz originaria que le precede y que norma su vida. En otros términos, el hombre es un discípulo obediente de Dios.
2) El hombre no es un ser para la muerte, como diría Heidegger, pero sí un ser para el sufrimiento. El sufrimiento es el yunque en que se forja el hombre; es el molde en que se configura su personalidad; es la frontera, el caso-límite que revela su temporalidad; es la cifra real y misteriosa de la condición humana.
3) El hombre es el ser asistido por Dios, en quien Dios muestra su presencia constante y eficaz. Esa presencia divina resulta ser la roca en que se fundan todas las grandes certezas del hombre; el faro luminoso que orienta al hombre en la oscuridad; el estandarte que le enardece en la batalla por ser y hacerse hombre cada día. A modo de conclusión, se puede decir que quien excluye la solidaridad, la escucha, el dolor, la presencia divina de la concepción del hombre, no sabe realmente qué es el hombre.
2. Cristo, el verdadero hombre. Jesús es en primer lugar el Mesías, el Ungido de Dios, que somete toda su persona a la misión que Dios le confía, llegando incluso hasta la obediencia de la cruz. Por eso, en Jesús se unen el Ungido y el Siervo del sufrimiento, no como dos títulos contrapuestos de su condición humana, sino como dos nombres de una misma persona que lo definen y lo caracterizan. Incluso cuando a Jesús se le compara con otras figuras de la Biblia (Moisés, Elías, Juan Bautista, Salomón, Jonás...), él es distinto. Como él mismo dirá: "He aquí uno mayor que Jonás... he aquí uno mayor que Salomón". Por otra parte, en su condición sufriente Jesús no se autolesiona ni reniega de su suerte, sino que mantiene una absoluta confianza en Dios, que le asistirá en medio del dolor y que le resucitará de entre los muertos. Por todo ello, Jesús llama a Pedro satanás cuando éste intenta apartarle sea de su misión redentora sea de su perfecta condición humana según Dios. En Jesús, finalmente, se hace realidad también otro rasgo señalado por Santiago en la segunda lectura: la coherencia entre la fe y las obras; no las obras de la ley, sino las obras de la fe. Podemos decir que la autoconciencia de Jesús coincide con su autorrealización.
Sugerencias pastorales
1. Hombre y cristiano. No pocas veces en la historia del pensar -y también probablemente del vivir- estas dos realidades han marchado por caminos distintos. Casi parecía a algunos que no se puede ser plenamente hombre siendo perfectamente cristiano o que no se puede ser plenamente cristiano, siendo perfectamente hombre. En definitiva, es, en términos antropológicos, el dilema planteado desde hace siglos entre fe y razón, entre ciencia y fe. En un nuevo clima cultural y espiritual, Juan Pablo II, en continuidad con la doctrina católica, ha afirmado rotundamente: "La fe y la razón son como las dos alas con las cuales el espíritu humano se eleva hacia la contemplación de la verdad". Traduciendo la frase en términos antropológicos, se puede afirmar: "El hombre y el cristiano son como las dos alas con las que el espíritu humano se eleva hacia la realización de su plena humanidad". Tal vez pueda ser fructuoso preguntarnos por qué, en el pasado y probablemente también hoy, se ha separado al hombre del cristiano o al cristiano del hombre. ¿Qué aspectos, que rasgos del vivir cristiano han podido oscurecer e incluso alienar de una concepción del hombre auténtica? ¿Qué modelos de cristiano se han presentado o se presentan en nuestros días que puedan parecer a otros, cristianos o no, menos humanos o hasta deshumanizantes? El concilio declaró bellamente que Cristo revela el hombre al hombre, pero cabe preguntar: ¿Seguimos en esto todos los cristianos las huellas de Cristo? No cabe duda que en esto queda un largo camino. Recorrerlo es tarea de cada uno y de todos los cristianos.
2. La paradoja cristiana. "Quien quiera salvar su vida la perderá, pero quien pierda su vida por mí y por el Evangelio la salvará", nos dice Jesús. Es la gran paradoja cristiana, es decir, humana. En términos paradójicos, Jesucristo plantea la gran batalla de la existencia humana. Es la batalla entre el egoísmo y la entrega, entre la seducción del yo y la atracción de Dios, entre el culto a la personalidad y el culto a la verdadera humildad. Normalmente, pero de modo equivocado, se piensa que siendo egoísta se va uno a realizar, a salvar su identidad, a lograr una personalidad de gran talla. El resultado después de un cierto tiempo es la conciencia de estar buscando lo imposible, la frustración por tantas energías gastadas inútilmente, y ojalá también, al darse cuenta de haber errado el camino, aceptar el propio error y enderezar los pasos por el camino justo. Ese camino justo es el de vaciarse de sí para llenarse de Dios, el de darse a los demás desinteresadamente sin buscar compensaciones de ningún género, es el de la humildad profunda de quien sabe y acepta que todo lo que es y tiene proviene de Dios y lo debe poner al servicio de los demás. Éste es el camino de la salvación. Éste es el camino de la auténtica realización del hombre. Éste es el camino de la paradoja cristiana. Hermano, caminemos juntos y alegres por él. Es el camino que Cristo nos ha enseñado a sus discípulos.