lunes, 31 de diciembre de 2012
BUENOS DÍAS DESDE ARCOS DE LA FRONTERA
La historia de Canelo es
la historia de un perro cualquiera y su amo. Es una historia de amor, de
cariño, de lealtad, de respeto. Es otra de tantas historias que la Vida, la
Naturaleza, Dios, o como quieran llamarlo, nos dá tan a menudo. Una historia de
la que nosotros, inmersos en este mundo donde predomina el egocentrismo, la
competitividad y la inmediatez, tenemos que aprender. En definitiva, una de
esas historias sencillas, sin héroes ni hecho épicos pero que nos enseña lo
humildes e insignificantes que somos como especie y como individuos.
Canelo era el mejor amigo
de un hombre de Cádiz. Un chucho que acompañaba a su dueño a todas partes y en
todo momento y que hacía mucho más llevadera su soledad. Ambos eran fieles amigos
y podía vérseles pasear a menudo por las calles gaditanas. Una vez a la semana,
uno de esos paseos llevaba al perro y a su dueño al hospital, pues el señor
padecía de problemas renales y tenía que someterse a tratamiento de diálisis.
Canelo esperaba en la puerta del hospital -pues lógicamente los perros no
pueden entrar- tumbado hasta que su dueño salía y volvían juntos a casa.
Un día, el hombre sufrió
una complicación en su enfermedad que no pudo superar y falleció en el
hospital. Canelo, como siempre, seguía esperando la salida de su dueño tumbado
junto a la puerta del hospital. Pero su dueño nunca salió.
El perro permaneció allí
sentado, esperando. Ni el hambre ni la sed lo apartaron de la puerta. Día trás
día, con frío, lluvia, viento, calor… permanecía junto a la entrada del
hospital esperando a su amigo. La gente de la zona se percató del hecho y
empezaron a cuidar del animal. Le llevaban comida, agua y casi lo cuidaban como
si fuera uno más. Incluso en una ocasión la perrera se lo llevó para sacrificarlo
y la presión popular hizo que indultaran al perro.
12 años. Eso fue el tiempo
que estuvo Canelo en la puerta del hospital esperando, y no se marchó aburrido,
ni en busca de comida o adoptado por una nueva familia. Murió en las puertas
del hospital, atropellado. Un final muy trágico, al menos así lo vemos
nosotros, pero quizá no lo fue tanto para él que, de algún modo, se reencontró
por fin con su querido dueño.
La historia de Canelo se
conoció en toda la ciudad de Cádiz e incluso llegó a sobrepasar las fronteras.
El pueblo gaditano, en reconocimiento al cariño, dedicación y lealtad de
Canelo, de ese chucho que renunció a abandonar a la persona querida hasta su
último aliento, dió nombre a una calle e hizo una estatua en su honor.
Autor Desconocido
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