Con nuestro saludo franciscano de Paz y Bien, recibe también nuestros mejores y buenos deseos.
El Papa Benedicto XVI ha convocado el Sínodo de los Obispos para el mes de octubre del
año próximo sobre el tema “La Nueva Evangelización para la transmisión de la Fe Cristiana que ten- drá como una de sus finalidades “implementar nuevos modos y expresiones de la Buena Noticia de Jesucristo que ha de ser transmitida al hombre contemporáneo con renovado entusiasmo”.
Nuestra vida como creyentes está especialmente orientada a buscar y a conocer a Dios, conservar y profundizar la Fe y a través de nuestro Testimonio, hacernos de alguna manera “respon- sables” de la fe de los demás, hasta los confines del mundo.
Es necesario renovar el contenido de la Fe, no en sí mismo (objetivamente) pues ha de per- manecer inalterado, sino subjetivamente, en nosotros mismos, en nuestras familias, nuestras comunidades e instituciones, en nuestra cultura, en nuestra vida. ¡Cada vez se hace más urgente y necesaria una fe más madura y misionera!
El Tiempo de Navidad invita a saborear en nuestro corazón las bellas palabras del profeta Isaías: “El pueblo que caminaba en las tinieblas ha visto una gran luz; sobre los que habitaban en el país de la oscuridad ha brillado una luz” (Is. 9,1).
En la solemnidad de la Epifanía se proclama otro texto de Isaías que vuelve a proponer el tema de la luz: “¡Levántate, resplandece, porque llega tu luz y la gloria del Señor brilla sobre ti! Porque las tinieblas cubren la tierra y una densa oscuridad, a las naciones, pero sobre ti amanecerá el Señor y su gloria se verá sobre ti. Caminarán los pueblos a tu luz, los reyes al resplandor de tu aurora. Levanta la vista en torno, mira: todos esos se han reunido, vienen hacia ti; llegan tus hijos desde lejos, a tus hijas las traen en brazos. Entonces lo verás y estarás radiante; tu corazón se asombrará, se ensanchará, por- que la opulencia del mar se vuelca sobre ti, y a ti llegan las riquezas de los pueblos. Te cubrirá una mul- titud de camellos, dromedarios de Madián y de Efá. Todos los de Saba llegan trayendo oro e incienso y proclaman las alabanzas del Señor.” (Is. 60, 1-6).
Este pasaje, ciertamente, nos regala una imagen muy clara y actual. Ante la presencia de la “Luz”, da la impresión de que todo se pone en movimiento: la naturaleza, los reyes, los pueblos, el corazón. Experiencias como la de Moisés en el desierto, que contempla la zarza que arde sin con- sumirse, hacen que nos movamos, que nos hagamos preguntas, que nos pongamos en marcha.
¡No podemos quedarnos como si nada hubiera pasado!
El Nacimiento de Cristo, la manifestación de su misterio, nuestra adhesión personal en la fe, genera un movimiento, una responsabilidad. Ante semejante revelación el inmovilismo no puede justificarse, todo nos invita a una búsqueda entusiasta, alegre, perseverante.
En el Tiempo de Navidad, la visita de los Magos se nos presenta como icono de esta bús- queda sabia. Ellos buscan y vigilan, estudian y contemplan el cielo. En su camino intentan una vía convergente de su pensamiento con el hecho histórico y real del Nacimiento del Mesías. Ellos encuentran en la observación de los espacios infinitos, de la naturaleza, en las ciencias, signos indi- cadores. Ellos dedican su tiempo, sacrifican su tranquilidad, se ponen en marcha. En su camino, no dudan en buscar entre las voces humanas una ayuda para comprender algo que los sobrepasa (la luz que viene de lo alto, lo divino). En este viaje son perseverantes ante los desafíos del ritmo que alterna la luz celeste y la enseñanza humana. Su largo camino los lleva a la alegría del encuentro, en la sencillez, la pobreza y la humildad de un Niño. ¡Buscan y encuentran para adorar y dar, y final- mente, desaparecer!
Frente a Dios, que aún revelándose parece esconderse en su misterio –un niño envuelto en pañales– los Magos nos enseñan que la fortuna de creer es un regalo de Dios y exige nuestra coo- peración, es decir: todas las energías de nuestra voluntad, el cultivo de ese don.
¿Buscamos a Dios? El Beato Juan Pablo II nos recordaba que uno de los pilares es el prima- do absoluto de Dios en la inteligencia, en el corazón, en la vida del hombre. Tenemos la misión de proclamar que nuestro Dios está vivo, que es el Dios de la vida, que en Él existe la raíz de la digni- dad del hombre que está llamado a la vida.
¡Conocer a Dios! Es una responsabilidad que hemos de despertar en nosotros mismos sabiendo que para eso hay que ponerse en movimiento, pensar, instruirse, pedir el don de la fe (cf. Eclesiástico 6, 18-21. 32-37).
Hemos sido y somos llamados a conservar y profundizar la fe, y ello nos exige que ella sea acogida como don, atesorada, conservada y profundizada, cultivada y vivida.
Según el relato de Mateo (2, 1-12), los Magos pierden la vista de la estrella pero no cesan en buscar al rey de los judíos que ha nacido. No olvidan lo que han visto, la estrella, aquello que los ha impulsado a partir. Se les ha dado un signo luminoso y han seguido creyendo en su importancia, en la fidelidad a lo que les ha sido manifestado, continúan buscando con perseverancia.
El Evangelio de Mateo también nos relata que cuando los Magos vieron la estrella se llena- ron de alegría (2, 10).
San Pablo nos exhorta: “Alégrense siempre en el Señor” (Flp 4, 4). Se trata de una alegría que ha de ser vivida y manifestada en el transcurrir de nuestra vida. Así vivida la fe se ofrece más atrac- tiva, irradiante, fervorosa y aumenta en quienes nos ven y escuchan el deseo de conocer al Señor. Son muchos los que desean acercarse a nosotros –como los griegos al apóstol Felipe– expresando su inocultable deseo: ¡Queremos ver a Jesús! (Jn 12, 20-21).
La Epifanía manifiesta la fuerza del mensaje de Cristo llamado a dilatarse a toda la humani- dad y despierta en nosotros esa vocación universal. Cristo es para todos, para todos los hombres y mujeres, para todos los tiempos, para todas las naciones.
La verdad que predicamos nos habla de la anchura y la longitud, la altura y la profundidad del amor de Cristo que supera todo conocimiento como un destino de unidad. La verdad penetra en la historia humana, nos hace hermanos, construye puentes y derriba los muros de las rencillas humanas, inaugura una corriente de paz, llamando a todos los pueblos, de todas las familias, razas, lenguas, credo y naciones.
ADVIENTO-NAVIDAD-EPIFANÍA es la “Fiesta de las Fiestas” (como gustaba llamarla San Fran- cisco de Asís). Es la fiesta de los que están lejos. Es la fiesta de la universalidad del mensaje cristiano. Es la fiesta de la invitación gratuita a todos para el banquete evangélico.
Una vida atraída por la Luz de Cristo e iluminada por Él, sabe atraer a otros, manifestar el rostro de Dios que es amor, misericordia y perdón. Que la luz de la fe contemplada y vivida resplan- dezca y se difunda sobre cuántos encontramos en el camino para que encuentren claridad, orien- tación y fuerza para la propia existencia.
Que este tiempo renueve en cada uno y cada una de nosotros el ardor de la voluntad de llevar a Cristo al mundo. “Que hermoso son los pasos de los que anuncian buenas noticias” (Rm 10, 13-
15).
¡Que bello es constatar que “la estrella de Belén es, incluso hoy, una estrella en la noche oscura” (Edith Stein)!
Desde esta querida Casa de Espiritualidad, Franciscana, “Santa María de Regla”, todos los que en ella y para ella trabajamos, os deseamos: “FELIZ NAVIDAD”.
Fr. José Antonio Naranjo Oliva
en Chipiona a 8 de diciembre de 2011
Inmaculada Concepción de la Virgen María Patrona de la Orden Franciscana