Un hombre adinerado pasaba sus días
pescando en el lago contiguo a su mansión. Cada día, veía en aquel lugar a un
hombre muy pobre que vivía en una choza tambaleante. Pescaba con un palo y
una cuerda. Lo hacía casi una hora; pocas veces conseguía más de dos
pescados.
Entonces, se iba a casa.
Los años pasaron y, frustrado de tanto meditar, el rico se acercó al pobre:
Disculpe, por favor, pero hemos pescado en este lugar por años, y siento
curiosidad. Usted viene aquí diariamente, logra pescar muy poco y luego se
dirige a su casa. Sólo me pregunto por qué no permanece un poco más de
tiempo.
Mire, si usted se queda cada día una o dos horas más, podría vender en la
ciudad el pescado que le sobre.
Conseguiría dinero suficiente para adquirir una vara mejor, y así tener una
pesca considerable. Tal vez pueda hacerse de un bote y una red. Pescaría aun
más, y podría hasta contratar otro hombre y un bote adicional. Pronto no
tendría que estar en el agua todo el día, sino que llegaría a ser dueño de
una gigantesca compañía, la cual fácilmente podría pasar sus días pescando
solo , el tiempo que desee, haciendo lo que le place y sin preocupaciones.
Pero señor, no entiendo -dijo el hombre pobre-, ¡eso es precisamente lo que
hago!
Contentarse con la vida que Dios nos ha concedido es disfrutar la mayor de
las riquezas.
I Timoteo 6:6
Un hombre, en efecto, es un medio de gran ganancia cuando va acompañada de
contentamiento.
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