La igualdad es un convencionalismo
Desde la cuna a la tumba de manera muy ostensible, por más que se quieran maquillar en las leyes, estatutos y reglamentos, están marcadas las diferencias de los distintos estratos sociales. El vestido, la vivienda, el lugar de residencia y el automóvil son, entre otros, elementos que dejan ver el status en que se hallan encasilladas las personas en el anaquel de toda sociedad de las llamadas modernas y civilizadas.
No quisiera, lector, pedirle que visite un cementerio por ser lugar que nos evoca sentimientos nostálgicos, especialmente aquel en el que reposan los seres queridos, pero si algún día tuviera que hacerlo fíjese en los panteones; unos, humildes; otros, modestos y pocos soberbios, y que sin temor a mucho equivocarme se corresponderán a familias acordes con la posición que cada una disfruta en el entramado de la vida de relación que le ha tocado tener en este mundo y periodo de tiempo.
Si vamos por primera vez a una ciudad no necesitaremos de guía ni cicerone para darnos cuenta que sitio es en el que, si tuviéramos que vivir en ella, nos sentiríamos cómodos como pez en el agua, y aquella otra zona en la que, por exceso o defecto, no se corresponde con lo que somos.
Mucho es lo que se fuerzan las avanzadas democracias para dar una imagen de igualdad de todos sus súbditos, y la evidencia es que en algunas, como en las europeas, las diferencias son mínimas. Pero todavía falta mucho por hacer especialmente en lo relativo ante la ley, como bien predica el artículo catorce de nuestra carta magna y que; sin embargo, se lo saltan a la torera según de quien se trate.
Arcos de la Frontera (Cádiz), 04 de marzote 2012
Salvador Hueso Sañudo
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