LA ANCIANITA DE LA CASA….
Este es un mensaje importante
para todos nosotros, ya que todoas pasaremos por esa edad, reflexionemos
estamos a tiempo. Tratemos a estos seres responsables de nuestra existencia con
cariño y respeto. Dedicamosle un tiempo a estos viejitos y viejitas,
compartamos una tazita de cafe o de te, ellos tienen mucho de que hablarnos,
tenemos mucho que aprender de sus conversaciones.
La siguiente carta fue escrita
por una ancianita:
No sé a que día estamos. En esta
casa no hay calendarios y en mi memoria los hechos están hechos una maraña. Me
acuerdo de aquellos calendarios grandes, unos primores, ilustrados con imágenes
de los santos, que colgábamos al lado del tocador… pero ya no hay nada de eso,
todas las cosas antiguas han ido desapareciendo. Y yo, yo también me fui
borrando sin que nadie se diera cuenta... Primero me cambiaron de alcoba, pues
la familia creció. Después me pasaron a otra más pequeña aún, acompañada de mis
biznietas. Ahora ocupo el desván, el que está en el patio de atrás. Prometieron
cambiarle el cristal roto de la ventana, pero se les olvidó, y todas las noches
por allí se cuela un airecito helado que aumenta mis dolores reumáticos...
Desde hace mucho tiempo tenía intenciones de escribir, pero me pasaba semanas
buscando un lápiz y, cuando al fin lo encontraba, yo misma volvía a olvidar
dónde lo había puesto. A mis años, las cosas se pierden fácilmente; claro que
es una enfermedad de ellas, de las cosas, porque estoy segura de tenerlas, pero
siempre se desaparecen...
La otra tarde caí en cuenta de
que mi voz también ha desaparecido. Cuando les hablo a mis nietos o a mis
hijos, no me contestan. Todos hablan sin mirarme, como si yo no estuviera con
ellos escuchando atenta lo que dicen. A veces intervengo en la conversación,
segura de que lo que voy a decirles no se le ha ocurrido a ninguno y les van a
servir de mucho mis consejos. Pero no me oyen, no me miran, no me responden.
Entonces llena de tristeza, me retiro a mi cuarto antes de terminar de tomar la
taza de café. Lo hago así, de pronto, para que comprendan que estoy enfadada,
para que se den cuenta que me han ofendido y vengan a buscarme y me pidan
perdón. Pero nadie viene...
El otro día les dije que cuando
me muriera entonces sí me iban a extrañar. El nieto más pequeño dijo: "¿Y
es que estás viva, abuela?..." Les cayó tan en gracia, que no paraban de
reír. Tres días estuve llorando en mi cuarto, hasta que una mañana entró uno de
los muchachos a sacar unas ruedas viejas y ni los buenos días me dio...
Fue entonces cuando me convencí
de que soy invisible, me pongo de pie en medio del salón para ver si aunque sea
estorbo, me miran, pero mi hija sigue barriendo sin tocarme, los niños corren a
mi alrededor, de uno a otro lado, sin tropezar conmigo...
Cuando mi yerno se enfermó, tuve
la oportunidad de serle útil; le llevé un té especial que yo misma preparé. Se
lo puse en la mesita y me senté a esperar que se lo tomará. Sólo que estaba
viendo televisión y ni un parpadeo me indicó que se daba cuenta de mi presencia.
El té poco a poco se fue enfriando. Mi corazón también...
Un viernes se alborotaron los
niños y me vinieron a decir que al día siguiente nos iríamos todos el día de
campo. Me puse muy contenta.¡Hacía tanto tiempo que no salía y menos al campo!
El sábado fui la primera en levantarme. Quise arreglar las cosas con calma. Los
viejos tardamos mucho en hacer cualquier cosa, así que me tomé mi tiempo para
no retrasarlos. Al rato entraban y salían de la casa corriendo y echaban las
bolsas y juguetes al coche. Yo ya estaba lista y muy alegre me paré en la
entrada a esperarlos…
Cuando arrancaron y el coche
desapareció envuelto en bullicio, comprendí que yo no estaba invitada, tal vez
porque no cabía en el auto o porque mis pasos tan lentos impedirían que todos
los demás corretearan a su gusto por el bosque. Sentí cómo mi corazón se
encogió, la barbilla me temblaba como cuando uno no aguanta las ganas de
llorar...
Vivo con mi familia y cada día
me hago más vieja, pero cosa curiosa, ya no cumplo años. Nadie lo recuerda.
Todos están tan ocupados...Yo los entiendo, ellos sí hacen cosas importantes.
Ríen, gritan, sueñan, lloran, se abrazan, se besan. Y yo no sé a que saben los
besos. Antes besuqueaba a los chiquitos; era un gusto enrome el que me daba
tenerlos en mis brazos, como si fueran míos. Sentía su piel tierna y su
respiración dulzona muy cerca de mí. La vida nueva se me metía como un soplo y
hasta me daba por cantar canciones de cuna que nunca creí recordar. Pero un día
mi nieta Laura, que acababa de tener un bebé, dijo que no era bueno que los
ancianos besaran a los niños, por cuestiones de salud. Ya no me acerqué más, no
fuera a ser que les pasara algo malo por mis imprudencias. ¡Tengo tanto miedo
de contagiarlos! Yo los quiero a todos y les perdono, porque: ¿Qué culpa tienen
los pobres de que yo me haya vuelto invisible?
Triste pero...real...
Autor Desconocido
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