Todavía
lloramos...
Y qué bueno que así sea.
Las lágrimas rara vez hacen mal.
Son siempre una catarsis, una liberación, una forma de decir que nadie
es auto-suficiente.
En ésta confesión de franqueza humana se esconde un acto de humildad de quien
reconoce que llegó a una encrucijada.
Y, cuando esto hiere demasiado, los ojos dicen lo que la boca no consigue
pronunciar.
Hay lágrimas de dolor, lágrimas de amor, lágrimas de alegría incontenible,
lágrimas de tristeza, lágrimas silenciosas de paz y de ternura, lágrimas de
gratitud por un elogio realizado en el momento preciso, lágrimas de esperanza,
lágrimas de inocencia.
Pero también hay lágrimas de verguenza, de necedad, de desafío, de chantaje, de
egoísmo por no haber conseguido lo que se quería.
Hay quien llora por cualquier cosa y hay quien tiene verguenza de llorar,
cuando llorar era la única cosa decente que podía hacerse.
Es muy probable que existan cosas mucho más bonitas que una persona llorando en
paz.
Pero, después de las siete maravillas del mundo, muy bien se podría proponer la
que sigue como la octava: Un monumento a la persona que todavía llora por amor
y que además no tiene verguenza de mostrar que dentro de ella habita un
sentimiento noble.
De las cosas más bonitas que conozco, una de ellas es la sonrisa de una persona
...
y otra, la lágrima silenciosa de alguien que desea comenzar de nuevo...
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