lunes, 25 de abril de 2016

BUENOS DÍAS DESDE ARCOS DE LA FRONTERA A TODO EL MUNDO

Me había ido a refugiar en un pueblo cercano para trabajar en un libro. La aldea es un escondite perfecto; es pintoresca, silenciosa, y las comidas son buenas.
Salí para ir a tomar desayuno a un café cuando noté que la gente me miraba. Cuando estacioné, dos individuos se dieron vuelta para mirarme.
Una mujer hizo una doble toma al entrar y varias personas se me quedaban mirando al pasar. Cuando me senté, la mesera me dio un menú, pero no sin antes estudiarme detenidamente.
¿A qué se debía la atención? No podía ser mi cremallera; andaba con ropa de correr.
Después de pensarlo un poco, tomé una postura madura y supuse que me reconocían por las fotos en las cubiertas de mis libros. ¡Cáspita! Este debe ser un pueblo de lectores, me dije encogiéndome de hombros; conocen un buen escritor cuado ven uno. Mi aprecio por la aldea aumentó.
Con una sonrisa dedicada a los ocupantes de la otra mesa, me puse a disfrutar la comida. Cuando caminé hacia la caja, todas las cabezas se volvieron para mirar. Estoy seguro que Steinbeck tenía el mismo problema. Cuando la mujer me recibió el dinero quiso decir algo, pero se quedó callada. Abrumado, traté de adivinar.
Fue sólo cuando entré en el baño que vi la verdadera razón: en mi mentón había una franja de sangre reseca. Mi trabajo de remiendo cuando me afeité no había resultado y ahora lucía una perfecta barba de pavo.
Eso me pasó por sentirme famoso. Quizás hayan pensado que me había fugado de una cárcel de Texas.
¡Ah, las cosas que Dios hace para mantenernos humildes! Lo hace para nuestro bien, desde luego.
¿Pondría una silla de montar en las espaldas de su hijo de cinco años?
¿Dejará Dios que lleve sobre sí la montura de la arrogancia? De ninguna manera.
Esta es una parte del equipaje que Dios aborrece. No desaprueba la arrogancia. No le desagrada la arrogancia. No está desfavorablemente dispuesto hacia la arrogancia. Dios la aborrece


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