Había una pequeña niña que
verdaderamente parecía creer en el poder de la oración. Sus padres se
sorprendían a menudo del vigor con que oraba y su inquebrantable confianza en
que Dios no solo había escuchado sus oraciones, sino que estaba en el proceso de
contestarlas de la manera que ella deseaba.
Un día, su hermano mayor
construyó una pequeña trampa para cazar gorriones, y a la niña le pareció muy
repugnante. Sintió pena por los pájaros que pudiese cazar y se enojó con su
hermano por lo que estaba haciendo. Cuando él se negó a responder a sus
discusiones y ruegos, ella le informó a él y a toda la familia: “Voy a orar por
esto”.
Tres noches después, su rostro estaba
radiante mientras oraba a la hora de acostarse, expresando con absoluta fe su
seguridad en que las trampas no iban a funcionar, y que ningún pájaro sería
lastimado. Luego de terminar su oración, le preguntó su madre: “Hija, ¿cómo
puedes estar tan segura de esto?”
La pequeña sonrió y dijo: “Porque
salí hace tres días y rompí la trampa a puntapiés.”
Aunque sería poco sabio tomar
todas las cosas en nuestras manos, ¡siempre lo será comenzar por poner todo los
asuntos en las manos de Dios!
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