Es un frío día de
diciembre en la ciudad de Nueva York. Un jovencito de unos 10 años estaba
parado, descalzo, ante una tienda de zapatos en Broadway, asomándose al
escaparate, y temblando de frío.
Una dama se acercó al
muchacho y le dijo: "Mi jovencito, ¿qué es lo que miras con tanta
insistencia en el escaparate?
"Le estaba
pidiendo a Dios que me diese un par de zapatos", fue la respuesta del
muchacho.
La dama lo tomó de la
mano y entraron a la tienda, le pidió al vendedor que trajese una media docena
de calcetines para el muchacho. Entonces, le preguntó si podía conseguirle una
vasija con agua y una toalla.
Él se las trajo
rápidamente. Ella se llevó al muchacho a la parte trasera de la tienda y,
quitándose sus guantes, se arrodilló, lavó sus piecitos y los secó con la
toalla.
Para entonces, el
vendedor había regresado con los calcetines.
Colocando un par en
los pies del muchacho, entonces ella le compró un par de zapatos, y atando el
resto de los pares de calcetines, se los entregó. Le dio una palmadita en la
cabeza y le dijo: "No hay duda, mi amiguito, te sentirás más cómodo
ahora".
Al salir, el asombrado
muchacho le tomó la mano y, mirándola al rostro, con lágrimas en sus ojos, le
contestó con estas palabras: "¿Es usted la esposa de Dios?"
Desconocemos el Autor
No hay duda que cuando somos compasivos nos parecemos a Dios, porque Dios es Compasivo. Extendemos nuestra mano amiga y tierna no sólo en Diciembre, sino todo el año.
No hay duda que cuando somos compasivos nos parecemos a Dios, porque Dios es Compasivo. Extendemos nuestra mano amiga y tierna no sólo en Diciembre, sino todo el año.
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