miércoles, 1 de julio de 2015

LA POESÍA DE RAMÓN VÁZQUEZ ORELLANA

                                    
S O N E T O S      
           A Arcos de la Frontera
                                   I    Preciado bien de mi fungible activo,
constante pleito de mayor cuantía,
juzgándolo a distancia cada día
sentencia fiel en mi recuerdo vivo.

Pueblo en peña, empinado, sucesivo,
de nube y viento vertical vigía,
peldaño de empezada serranía
añadida del trigo y del olivo.

El pasado lo lleva en la frontera
del nombre, puerta alzada a la Historia,
y el Guadalete página adyacente.

Cita firme para la larga espera
del retorno, final de ejecutoria
de sangre tuya actual, aquí presente.

II

Serenamente en grados de avenida,
acentuando callada servidumbre,
el Guadalete, en sabia mansedumbre,
repetía incansable la medida

de Arcos el contorno, agua distraída
entre álamos y fija certidumbre
de quedar siempre lejos de la cumbre,
dejándola con sed de despedida.

Quédanse atrás el blanco de las cales,
la horizontal del pueblo desplegada
en la alta cima de la Peña, lento

adiós de destierro y cañaverales
insinuando la senda aposentada
del río que pasó hace un momento.

                                      

                                        III

Distancia vertical a vuelo incita
de la Peña su cumbre, emplazamiento
de piedra, perfilado asentamiento
que a ocasión de recuerdo nos invita.

La antigüedad impávida transita
por huellas de constante monumento
y a deleite de ingrávido aposento
permanente belleza se da cita.

                                        El claro amanecer de cada día...
La inmensa luz de tan lejano gozo...
El alto corazón de su existencia...

La tarde se me pone de alegría
cuando a su suelo vuelvo, jubiloso,
y rompo la distancia de la ausencia.
IV

Arcos, y digo blanco pueblo en Peña.

Isla urbana, provisional de un día
de siglos, baluarte de osadía
cuando la altura en defender se empeña

el privilegio de la fuerza. Enseña
de Historia encumbrada; cronología
de la lenta piedra de la hidalguía,
respondida en su huella más pequeña.

Limitados, el nombre por si mismo
y el corazón urbano de su espacio
por vertical del irrumpido abismo.

Arcos en lo alto –abajo curvo río-
calles de calma para andar despacio
enlazando el pasado suyo y mío.

V
Abierto el libro grande del paisaje
por la página que linda mi ventana,
la ensolecida luz cada mañana
me adelanta la voz de su mensaje.

Vegetal elocuencia en el lenguaje,
de discursos plurales, y cercana
agua de lago, nube tramontana
y sierra confundida en el celaje.

Las estaciones andan por el año
si cambiando expresión al contenido              
manteniendo constante la belleza.

Duéleme que la ausencia me haga extraño
de este campo soñado, sucedido,
que para ARCOS creó NATURALEZA.                         

                                       VI

Dos tajos paralelos hacen cumbre,
peña en vilo, atalaya dominante;
almenado castillo vigilante
junto a torres de iglesias; certidumbre

de vientos y volada muchedumbre
de pájaros; plenitud verdeante
del campo horizontado, colindante
del histórico río de costumbre.

La piedra culminada del pasado,
por el rigor del tiempo combatida,
alza perenne al cielo su eminencia.
                                      
                                        El pueblo sube a pulso, enjalbegado,
a promesa de altura sostenida,
conteniendo del vuelo su impaciencia.


VII

Donde equilibrio finge la aventura
de acercarse aún más a nube en vuelo,
donde torres apuntan para el cielo
la avanzada arrogancia de la altura.

Donde la piedra, a gravedad, segura.
siglos de ensayo lleva de recelo,
donde el viento levanta su revuelo
y la prisa del tiempo se madura.

Fijo en pared el blanco de la cal
y escudos de hidalguía en los dinteles
de casas, mantenidos al recuerdo.

Laberinto urbanístico ideal
entreverando planos y niveles
para el camino recto en que me pierdo.

Ramón VÁZQUEZ ORELLANA



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