Carolina estaba exasperada con sus dos hijos, Claudio y Lorenzo.
Llamó a su mamá en busca de apoyo moral. Esos chicos se portan como Daniel, el
travieso, bufó. Se puso a explicar los acontecimientos del día. Los niños
querían deslizarse por el piso de la cocina. Corrieron y patinaron sobre las
alfombras con las pegajosas y rojas medias, haciendo un terrible desastre. Más
tarde, descubrieron una lata de insecticida, siguió Carolina. Se metieron en el
lavadero, se subieron a la secadora y embadurnaron las paredes con ese líquido
nauseabundo.
Ayer llenaron el fregadero de agua. Cuando comenzó a botarse,
tomaron el cubo de la basura para recoger el agua. Cuando lo llenaron,
salpicaron por todos lados mientras se derramaba por el piso.
Para la abuela era fácil ver lo cómico en las travesuras de los
niños, pero contuvo la risa. En su lugar, su suave y tranquila voz sobresalió.
Su sabiduría le habló al corazón de Carolina. Cariño, mi pastor me dijo una vez
que cuando tu paciencia se pone a prueba, es Dios que trata de mostrarte algo
en tu carácter. Muchas veces me he tenido que recordar esas palabras.
Mientras limpiaba el último desastre que hicieron sus hijos,
Carolina pensaba en lo que le dijo su madre. Consideró los momentos en los que
fue menos que perfecta. Pensó en su desgarrador divorcio, en sus problemas con
las tarjetas de crédito y en los años que estuvo apartada del Señor.
Padre celestial, susurró, por favor no me abandones ni te canses
de ayudarme a limpiar mi vida.
La perspectiva de esta abuela moldeada con el tiempo la capacitó
para dar un consejo sabio. Su perspectiva personal ha pasado por años de
preparación. Pásela a sus hijos y nietos.
Se considera que ciertos rasgos de la personalidad se saltan una
generación. Quizá sea por eso que los nietos y los abuelos se llevan tan bien.
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