A nuestra familia le encanta
come en El Ranchito, un restaurante mexicano que está cerca de nuestra casa.
Afortunadamente, ir a cenar es ahora más fácil que antes. Nathan de alguna
forma ya se sienta tranquilo durante la comida, pero hubo un tiempo en que le
gustaba jugar resbalándose de la silla de bebé (con dos cinturones de
seguridad) para esconderse bajo la mesa. Para él, era un juego. Para nosotros,
era mortificador, en particular cuando gritaba "¡Mamá, Dadá!" a todo
pulmón. Imaginábamos que veía el espacio oscuro como un excelente fuerte y
quería que viniéramos a jugar con él. Por alguna razón, no podía entender el
concepto de que teníamos que mantener una "imagen" más refinada en
público. Comer papas y salsa bajo la mesa no estaba bien para papi, mami o para
él. Había mucha imagen que mantener.
En los restaurantes pasan cosas
chistosas. Kim me contó de su hijo de seis años quien le pregunto si podía orar
cuando llegara la comida. Todos inclinaron la cabeza mientras él recitaba lo
siguiente: "Dios es bueno. Dios es grandioso. Gracias por la comida y
Dios, te voy a agradecer más si mami nos da helado para el postre ¡con libertad
y justicia para todos! ¡Amén!"
Junto a la risa de los otros
clientes que estaban cerca, el pequeño y su mamá escucharon una rara y severa
observación de una mujer:
--Eso es lo malo en este país.
Hoy día los niños no saben ni orar. ¡Pedir helado a Dios! ¡Qué cosa!
El niño rompió en llanto y
preguntó a su mamá:
--¿Hice algo malo? ¿Está Dios
enojado conmigo?
Su madre le dió un fuerte
abrazo y le aseguró que lo que había hecho era algo perfeco y que Dios no
estaba enojado con él.
Cuando ella consoló a su hijo,
un anciano se acercó a su mesa.
Le guiñó un ojo al menor y
dijo:
--Sé que Dios pensó que era una
buena oración.
--¿De veras? --le preguntó el
niño.
--Con todo el corazón--le
respondió. Luego en un susurro teatral, añadió inclinando la cabeza hacia la
mujer que había comenzado todo el asunto--. ¡Que malo que ella nunca pida a
Dios helado. Un helado es muchas veces bueno para el alma.
Naturalmente, se le dió al niño
un helado al final de la comida. Cuando la mesera lo puso en la mesa, él se le
quedó mirando por un momento y luego hizo algo que conmovió a su familia. Tomó
su helado y sin decir una palabra lo colocó frente a la severa mujer.
Con una gran sonrisa dijo:
--Esto es para usted. El helado
es bueno para el alma y la mía ya está buena.
La próxima vez que sus hijos
expresen su fe en una forma que usted piense que no es muy
"correcta", evite la tentación de mostrarles cómo deben hacerlo.
Mientras ellos honren a Dios y le muestren respeto, déjelos que se acerquen a
su Padre en cualquier forma que ellos sientan natural y cómoda.
Fuente: Un Café para el Alma.
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