Un
día, un comerciante de caballos llevó dos magníficos corceles a un príncipe y
los ofreció en venta. Ambos animales eran semejantes: jóvenes, robustos y de
buena constitución.
Pero
el comerciante pedía por uno de ellos el doble de lo que pedía por el otro. El
príncipe llamó a sus cortesanos y les dijo:
-Le
regalaré estos magníficos potros al que pueda explicarme por qué uno de ellos
vale lo doble que el otro.
Los cortesanos se acercaron a los dos animales y los observaron cuidadosamente,
pero no pudieron descubrir ninguna diferencia que justificarse una diferencia
de precios tan grande.
-Ya que no comprenden la diferencia entre los dos caballos, será mejor
probarlos, así podrán ver con mayor claridad por qué tienen un valor tan
distinto.
Hizo que
dos jinetes los montaran e hizo que dieran algunas vueltas alrededor del patio
del palacio. Ni siquiera después de esta prueba los cortesanos lograban
entender la diferencia de precio entre los caballos.
Entonces el príncipe explicó:
-Habrán
notado que, al correr, uno de ellos casi no dejaba rastros de polvo, mientras
que el otro levantaba una gran polvareda. Por esto el primero vale lo doble que
el otro, porque cumple con su deber sin levantar tanto polvo.”
Al
parecer, la humildad y sencillez no son virtudes muy valoradas en nuestra
época. Cumplir el deber con responsabilidad es muy cotizado hoy en día porque
importan los resultados;
también
el estar preparado con estudios y experiencia práctica y el saber trabajar en
equipo tienden a estimarse como cualidades invaluables; sin embargo la modestia
y humildad de quien no presume de sí mismo, ni de sus cualidades, ni de sus
logros -sintiéndose superior a los demás y merecedor de los más altos
reconocimientos y remuneraciones no está bien visto. Hoy al igual que hace dos
mil años: “en nuestra sociedad hace carrera el que más polvo levanta…” (Mateo
26,26).
“Levantar
polvo”, presumir de logros o cualidades personales, “hacerse notar”, puede ser
una manifestación de falta de afecto o de reconocimiento por parte de la
familia, délos amigos o de los jefes en el trabajo que busca compensar el
reconocimiento que otros no hacen sobre uno.
Puede
ser también una señal de soberbia, de ser reconocido y alabado por los demás a
los que se percibe como inferiores. En cualquier caso el hacerse notar, aunque
uno sea realmente bueno, desdice de la calidad humana que no busca la recta
intención de cumplir el deber como un servicio a los demás, sino ante todo,
como una fuente de halagos y deferencias, centrando la acción no en el Tú o
Ustedes, sino en el Yo.
Pero ¿por qué el cumplir con el deber sin levantar tanto polvo puede llegar a
ser una cualidad tan valiosa?
Quizá
porque encarna a la humildad, y sólo la gente humilde es capaz de reconocer sus
errores, que es el punto de partida de la superación personal. Sólo el humilde
acepta la crítica constructiva de los padres, de los profesores o de los jefes
y compañeros de trabajo; sólo los humildes reconocen cuando se equivocan y
piden disculpas si ofendieron o afectaron a alguien con su mal proceder, con
sus comentarios u omisiones.
La
humildad también es una virtud excepcional porque gracias a ella no sentimos
que lo sabemos todo y por tanto reconocemos que podemos aprender de los demás,
aún de la gente sencilla. Sólo los humildes saben encontrar la riqueza en los
demás.
La
humildad de quien no levanta polvo además se agradece por que una persona
presumida, jactanciosa y soberbia cae mal en todas partes y crea a su alrededor
una atmósfera densa, ya que sólo se preocupa por sí mismo y se olvida de los
demás, en cambio, el humilde y sencillo es fácil de trato porque es
transparente, porque comparte logros y fracasos, por-que se preocupa por los
demás tanto como por sí mismo y, además, porque sabe escuchar y aprender de las
experiencias de otros.
El
humilde cumple su deber sin presunción, está abierto al diálogo y al
conocimiento, aprende de sus experiencias, reconoce sus errores y es agradable,
por eso vale “oro” comparado con el que simplemente es muy capaz.
Pedro
J. Bello Guerra
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