Se cuenta una fábula
acerca de un joven huérfano que no tenía familia ni nadie que lo amase.
Sintiéndose triste y solitario, caminaba un día por un prado cuando vio una
pequeña mariposa atrapada en un arbusto espinoso.
Cuanto más pugnaba
la mariposa por liberarse, más profundamente se le clavaban la espinas en su
frágil cuerpo.
El muchacho liberó
con cuidado a la mariposa, pero ella, en lugar de irse volando, se transformó
ante sus ojos en un ángel.
El muchacho se frotó
los ojos sin poder creerlo mientras el ángel decía:
- Por tu maravillosa
bondad, haré lo que me pidas.
El muchachito pensó
por un momento y luego dijo:
- Muy bien –le
respondió el ángel y luego se inclinó hacia él, le susurró al oído y
desapareció.
Al crecer el
pequeño, no hubo nadie en el país más feliz que él. Cuando la gente le pedía
que les dijese el secreto de su felicidad, solamente sonreía y decía:
"Escuché a un ángel cuando era niño".
En su lecho de
muerte, sus vecinos se reunieron a su alrededor y le pidieron que divulgase el
secreto de su felicidad antes de morir. Finalmente, el anciano les dijo:
"El ángel me dijo que cualquiera, sin importar lo seguro que pareciese,
fuese joven o viejo, rico o pobre, me necesitaría".
Con frecuencia amamos las cosas y usamos a las personas,
cuando en realidad
deberíamos usar las cosas y amar a las personas.
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