sábado, 13 de julio de 2013

BUENOS DÍAS DESDE ARCOS DE LA FRONTERA

Durante las Olimpiadas de Verano de 1984, un joven corredor estadounidense de larga distancia, Derrick Redmond, corría al frente de su grupo muy dispuesto a ganar la carrera.
Súbitamente, en la vuelta final, se le paralizó un tendón de la pierna. Cayó al piso en agonía y sus compañeros lo esquivaron mientras lo pasaban.
Sus padres y amigos dejaron escapar un gemido colectivo, al igual que millones de estadounidenses que estaban observándolo vía satélite.
Entonces, con gran dolor, Derrick se levantó de la pista y comenzó a saltar sobre su pierna en dirección a la línea de llegada. Los últimos rezagados lo pasaron. La gente de los costados de la pista que temían por su salud le gritaban que se acostase. Sin embargo, Derrick siguió saltando. Mucho después de terminada la carrera, Derrick seguía saltando.
Derrick necesitaba recorrer todavía cerca de noventa metros cuando una figura saltó de las tribunas y comenzó a saltar por encima de las personas, sillas y de la valla de contención. Era Jim, su padre.
Corriendo hasta donde se encontraba su hijo, pasó un brazo por los hombros y juntos, en parte a saltos y en parte corriendo hicieron el resto del camino.
Derrick no consiguió una medalla de oro ese día, pero todos los que lo vieron a él y a su padre lo sabían... Derrick y Jim Redmond tenían corazones de oro.
El honor espera a aquellos que terminan la carrera.
Una vez que empiece una tarea, nunca la deje hasta terminarla. Ya sea trabajo grande o pequeño, bien hecho o no.


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