FOTO MARÍA JOSÉ LOZANO |
Había una vez, algún lugar que podría ser
cualquier lugar, y en un tiempo que podría ser cualquier tiempo, un hermoso
jardín, con manzanos, naranjos, perales y bellísimos rosales, todos ellos
felices y satisfechos.
Todo era alegría en el jardín, excepto por un
árbol profundamente triste. El pobre tenía un problema: “No sabía quién era.”
“Lo que te falta es concentración”, le decía el
manzano, “si realmente lo intentas, podrás tener sabrosas manzanas. ¿Ve que
fácil es?”
- No lo escuches, exigía el rosal. Es más
sencillo tener rosas y “¿Ves que bellas son?”
Y el árbol desesperado, intentaba todo lo que le
sugerían, y como no lograba ser como los demás, se sentía cada vez más
frustrado. Un día llegó hasta el jardín el búho, la más sabia de las aves, y al
ver la desesperación del árbol, exclamó:
- No te preocupes, tu problema no es tan grave,
es el mismo de muchísimos seres sobre la tierra. Yo te daré la solución. No dediques
tu vida a ser como los demás quieran que seas. Sé tu mismo, conócete, y para
lograrlo, escucha tu voz interior. Y dicho esto, el búho desapareció.
- ¿Mi voz interior…? ¿Ser yo mismo…?
¿Conocerme…?, se preguntaba el árbol desesperado, cuándo de pronto, comprendió.
Y cerrando los ojos y los oídos, abrió el corazón, y por fin pudo escuchar su
voz interior diciéndole:
- Tú jamás darás manzanas porque no eres un
manzano, ni florecerás cada primavera porque no eres un rosal. Eres un roble, y
tu destino es crecer grande y majestuoso. Dar cobijo a las aves, sombra a los
viajeros, belleza al paisaje… Tienes una misión “Cúmplela”. Y el árbol se
sintió fuerte y seguro de sí mismo y se dispuso a ser todo aquello para lo cual
estaba destinado.
Así, pronto llenó su espacio y fue admirado y
respetado por todos.
Y sólo entonces el jardín fue completamente
feliz.
Y tu… ¿dejas crecer el roble que hay en ti? En la
vida, todos tienen un propósito que cumplir, un espacio que llenar.
No permitas que nada ni nadie te impida conocer y
compartir la maravillosa esencia de tu ser.
Pero sobre todo recuerda, jamás podrás conocer el
propósito de tu vida si no rindes tu corazón a aquel quién te creo. Conocer a
Dios es encontrar el propósito de Dios para nuestra vida.
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