Cada día, cuando estoy
en mi cocina, recibo la delicada, preciosa y esperada visita de una parejita
que he aprendido a apreciar. Aunque libres como el viento, todos los días --y a
veces, varias veces el mismo día-- se acuerdan de hacer una paradita para saludarme
y acompañarme. Por ello le estoy agradecida a su Dueño, Quien se los permite.
Lo cierto es que tengo
ya casi 3 años de experimentar estos encuentros. Además de otros muchos
visitantes que pululan por el área, esta parejita es la que siempre llega y se
posa de forma tranquila y agradable sobre el techado de mi garaje, regalándome
todo un espectáculo.
Su acicalamiento, el
uno a la otra, me enseña tanto sobre su ternura y delicadeza... ¡me encanta ver
cómo se tratan!
Invariablemente, me
hace sentir alegre el verlas aterrizar cada día. Es evidente que ellas
desconocen que hay momentos en que me encuentro muy ajetreada y acalorada, o
que algunas veces me siento decaída o simplemente estoy terriblemente cansada.
O quizás exhibo de momento un temperamento poco cordial. Pero así sin previo
aviso me llega de repente la visita. Se ponen tan cerquita de mí, al alcance de
mi mano, sin ningún temor. Y es que parecieran darse cuenta de que están
seguras al otro lado de la malla de la ventana, y que yo soy la encerrada.
Me causan tanta gracia
y hacen que cambie mi estado anímico en el que me encuentre. Muchas veces hasta
me hacen hablarles como si fueran otro ser humano, como si pudieran entenderme.
Es más, a veces me pregunto si me comprenden porque al emitirles algunos
sonidos se ponen más cerquita a mi ventana, llevándome a saludarlas y hasta
cantarles.
Yo creo que este es un
encuentro divino y maravilloso, en verdad muy relajante y grato para mí y mi
familia.
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