sábado, 19 de enero de 2013

BUENAS NOCHES DESDE ARCOS DE LA FRONTERA


Ana era una niñita muy traviesa, quien le gustaba engañar a las personas. Por ejemplo, ella aprendió a hacer humo con hielo seco, así que solía engañar a los vecinos de que había un incendio. O llamaba a las personas y les daba mensajes falsos.
Un día, se mudó al vecindario un viejito muy simpático que inmediatamente fue identificado como un sabio muy famoso. ¡Anita se derritió de la dicha! Era una víctima nueva para sus travesuras.
El primer día fue y colocó el hielo seco como la profesora le había enseñado para parecer un incendio, justo en la ventana que el sabio prefería para sus lecturas matinales. Pero, el hombre ni siquiera se movió. El hielo secó se terminó y el humo se acabó.
Al día siguiente empezó a llamarlo de varias maneras, con mensajes distintos (ella había desarrollado la habilidad de disfrazar la voz). Pero, a cada llamada, después del mensaje, el sabio siempre contestaba: "Si algo tiene que venir, vendrá."
Al tercer día, desesperada con su fracaso, decidió darle un susto al buen hombre, llamando a la policía e identificándolo como un secuestrador de niños. Con la boca abierta vio a los policías tomándose té con el viejito.
Al cuarto día, mientras regresaba de la escuela, vio el sabio y… ¡él la llamaba! Asustada, trató de disuadirlo, pero el hombre fue más rápido y la alcanzó. La tomó de la mano y le dijo:
- Te quiero dar este regalito. Sabe, Ana, hace mucho que no me reía tanto. ¡Lo de los policías me pareció simplemente fabuloso!
- Yo… no… pues… ¿cómo lo supiste?
- No importa Anita, lo supe. Cuando quieras, te comento que empecé una lectura de cuentos para los niños del barrio. Eres bienvenida. Empieza a las 4 de la tarde.
Y a las 4, ahí estaba Anita y ahí estuvo por mucho tiempo. Vale la pena decir que nunca más hizo travesuras y cuando terminó la universidad, se fue a vivir en otra ciudad. Los años pasaron y con la tecnología, continuó comunicándose con el sabio. Nunca supo como él había descubierto que era ella la autora de las travesuras. Un día, el sabio falleció, pero ella continuó acariciando sus memorias tiernamente.
Lo que sí descubrió es que el lema del sabio era el más correcto y la ayudó mucho en su atribulada vida. Cuando quiera que algo malo le pasaba, recordaba la voz calmada del sabio: "Si algo tiene que venir, vendrá."
Automáticamente, su mente se relajaba, aceptaba las situaciones y era capaz de superarlas con éxito. Y Ana un día se convirtió una sabia. Con su familia y vecinos, igualmente les enseñaba cuentos e historias, aceptaba las travesuras de todos (su hija era igualita que ella) con una sonrisa en el rostro y la frase mágica e inolvidable:
"Si algo tiene que venir, vendrá."

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