El engaño y la desconfianza
Cuando alguien
se acerca a un establecimiento, a comprar o concertar cualquier tipo de
producto, el sentimiento primordial que lleva a flor de piel y en estado de
vigía es el de que le puedan engañar, bien en la calidad o en la transacción
que se vaya acordar, y como consecuencia de ello aflora otro sentimiento no
menos importante como es la desconfianza. Dos parámetros, engaño y
desconfianza, que se verán engrosados si, además, antes de interesarse le
ofrecen la mercancía, con lo que el rechazo será el paredón de la inmediatez
con el que habrá de enfrentarse la oferta.
Los credos,
las religiones y los sistemas necesitan de un caldo de cultivo en el que puedan
crecer y desarrollarse bajo los auspicios de alguien que conduzca y lidere a
sus acólitos con ilusión y entusiasmo, con transparencia y lealtad, diciendo lo
que haga y haciendo lo que diga, pero si su líder incumple lo que promete,
engaña y no da la cara sus seguidores se sentirán defraudados y presto decaerá
el entusiasmo y posterior alejamiento de sus seguidores aunque hayan de andar
como perro callejero sin amo.
La gente ya
está harta de mentiras, de promesas incumplidas, de achaques, de engaños y de
tirar balones afueras, y de eso se ha de tomar conciencia porque se le acaba
corrompiendo y no está bien, no es bueno que ocurra. Y no es bueno porque la
verdad, la realidad, brilla por su ausencia, y el realismo es la primera
condición de la credibilidad, y la credibilidad es la madre de la confianza.
Arcos
de la Frontera
(Cádiz), 03 de noviembre de 2012
Salvador
Hueso Sañudo
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