|     B - Domingo 18o. del Tiempo Ordinario  |   
|     Nexo entre las lecturas Se puede decir que en la fe como principio hermeneútico de la existencia   humana se concentran los textos litúrgicos. La fe interpreta la vida de los   israelitas que caminan exhaustos por el desierto y les asegura que no están   abandonados, sino que Dios con su poder y su amor paterno está con ellos   (primera lectura). La fe interpreta la vida de los oyentes de Jesús de forma   que sean capaces de ver en la multiplicación de los panes un signo de la   presencia eficaz de Dios en medios de ellos (Evangelio). La fe interpreta al   cristiano haciéndole descubrir que ya no es hombre viejo sino nuevo, y que   debe hacer resplandecer la novedad de Cristo en su vida (segunda lectura). Mensaje doctrinal    1. La fe como memoria. El creyente es un hombre de la memoria. Tiene   que recordar, recordar siempre. Recordar la historia de la fe cristiana, que   no inicia en nuestro siglo, sino que se remonta a siglos muy lejanos, a la   historia de Abrahám, prototipo de fe en Dios para todas las generaciones.   Recordar tantas maravillas que Dios ha ido realizando en esa historia   secular, como por ejemplo, la que nos narra la primera lectura tomada del   libro del Éxodo. Aquellos israelitas que habían salido de Egipto victoriosos   y contentos, caminan ahora por el desierto fatigados, desalentados, sin   horizontes de esperanza; pero Dios, el Dios liberador, no les deja en la   estacada; más bien llega a ser ahora el Dios compañero y guía de su marcha   por el desierto, sostén y apoyo en sus necesidades. ¿Es que puede un padre   abandonar a sus hijos? Recordar también el gran don que Dios nos ha hecho en   su Hijo Jesucristo, que ha pasado por este mundo haciendo el bien, como   verdadero médico de cuerpos y almas. Recordar el pan multiplicado para   alimentar los cuerpos, y recordar el pan de su Palabra y de su Eucaristía   para alimentar las almas. Recordar a los primeros cristianos que eran   transformados por su inmersión en las aguas del bautismo, y recordar nuestro   bautismo por el que hemos sido incorporados a Cristo y a su Iglesia. Este   simple ejercicio de memoria, ¡cuánto bien hace al creyente, al cristiano!    2. La fe como hermenéutica. Se quiera o no el creyente es interpretado   por su fe. Podríamos decir: dime en quién crees, lo que crees, y te diré   quién eres, cómo vives. Por tanto, la fe en Cristo interpreta la vida de todo   cristiano. Es decir, su modo de pensar, de actuar, de trabajar, de vivir, de   amar, de ejercer su profesión es, debe ser iluminado por la fe en Jesucristo.   Cuando esa fe en Cristo no es algo de unos cuantos individuos, sino que forma   parte de un grupo o de una mayoría, entonces desemboca en cultura cristiana:   la fe impregna todos los sectores de la vida comunitaria y social. En medio   de las dificultades y tentaciones experimentadas por los israelitas, en medio   de la solicitación puramente política y socio-económica de los oyentes de   Jesús, la fe les ayudó a interpretar los acontecimientos y las obras de Dios   con otros ojos, purificados precisamente por el colirio de la fe. Esa misma   fe interpretó de tal manera la vida de los primeros cristianos, que les   convirtió en hombres nuevos, "creados según Dios, en la justicia y   santidad de la verdad". En la medida en que los creyentes en Cristo   fueron aumentando en el siglo primero y en los siguientes, fueron levadura en   la masa humana, fueron creando cultura y finalmente lograron configurar la   sociedad en conformidad con la fe en Jesucristo. ¿No es éste un gran reto que   tenemos que afrontar hoy en día los cristianos en un medio ambiente así   llamado post-cristiano, pero enraizado todavía social y culturalmente en el   cristianismo? La misión histórica de los creyentes en Cristo, al comenzar el   siglo XXI, es y será, sin duda, hacer florecer esas raíces para que el buen   olor de Cristo se expanda de nuevo en nuestra sociedad.    Sugerencias pastorales    1. Pan y fe, fe y Pan. Dios es el primero que no abandona al hombre a   sus necesidades más fundamentales de subsistencia. Por eso, socorre a su   pueblo con pan, carne y agua en su larga marcha desde Egipto a la Tierra   Prometida; Jesús, por su parte, imitando a Dios su Padre, ante una multitud   que desfallece de hambre, cumplirá el mismo gesto divino multiplicando los   panes y los peces. Pero el pan, aunque necesario, es insuficiente; tiene que   ir acompañado por la fe, de modo que Dios no sea un simple benefactor, sino   además el Dios trascendente y santo; de modo que la gente no vea en Jesús un   candidato a rey, sino el Mesías de Israel y el Hijo de Dios. La dimensión   social del cristianismo es obvia, pero nace de la fe en Jesucristo. Y se   desvirtuaría si, separándola de la fe, se hiciese del cristianismo un   supermercado gratuito o una agencia de beneficencia social. El pan sin la fe   carece de sabor cristiano. La fe sin pan simplemente no tiene sabor. Los cristianos   somos invitados a unir en nuestro obrar el pan con la fe y la fe con el pan.   La separación, por desgracia, ha causado no pocos estragos dentro de la misma   vida de la Iglesia y en la imagen que del cristianismo se han formado quienes   no son cristianos. Si cada uno acoge la invitación a unir pan y fe, fe y pan,   el cristianismo y el mundo serán mejores, y abrirán un buen camino para el   tercer milenio cristiano.    2. El poder de la fe. Los hombres estamos acostumbrados a ver el poder   en el dinero, en las armas, en las influencias, en el estado, en la autoridad   moral, v.g. de Madre Teresa de Calcuta, del Papa Juan Pablo II. Yo quisiera   subrayar hoy con la liturgia el poder de la fe. Porque es evidente que la   autoridad moral de Madre Teresa o de Juan Pablo II no proviene principalmente   de sus cualidades, sino de su fe, una fe tan grande en Dios capaz de romper   barreras y destruir muros, una fe tan ardiente que no les detiene en su   entrega ni la edad ni la enfermedad ni las dificultades que se puedan interponer   en sus trabajos por Dios. Se puede pensar en la obra material y espiritual de   Madre Teresa, en el derrumbamiento del muro de Berlín, en los viajes a los   Lugares Santos del cristianismo con motivo del Gran Jubileo de la   Encarnación, pero hay otros mil aspectos no tan vistosos, pero sumamente   eficaces, que muestran en sus vidas el poder de la fe. Reflexionemos sencilla   y agradecidamente en el poder de la fe en nosotros mismos, en las personas   que están a nuestro alrededor y con las que convivimos, en tantísimos   cristianos esparcidos por todos los rincones de nuestro planeta. ¡Cómo brilla   el poder de la fe, por ejemplo, en los santuarios marianos: Lourdes, Fátima,   Basílica de Guadalupe! Pregúntese cada uno qué puede hacer para que otras   personas experimenten en carne propia el poder de la fe. El poder de la fe es   la palanca que sostiene y eleva el mundo.  |   
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