miércoles, 1 de agosto de 2012

REFLEXIÓN DEL CONSEJO LOCAL DE HERMANDADES Y COFRADÍAS DE ARCOS DE LA FRONTERA

B - Domingo 18o. del Tiempo Ordinario


Nexo entre las lecturas

Se puede decir que en la fe como principio hermeneútico de la existencia humana se concentran los textos litúrgicos. La fe interpreta la vida de los israelitas que caminan exhaustos por el desierto y les asegura que no están abandonados, sino que Dios con su poder y su amor paterno está con ellos (primera lectura). La fe interpreta la vida de los oyentes de Jesús de forma que sean capaces de ver en la multiplicación de los panes un signo de la presencia eficaz de Dios en medios de ellos (Evangelio). La fe interpreta al cristiano haciéndole descubrir que ya no es hombre viejo sino nuevo, y que debe hacer resplandecer la novedad de Cristo en su vida (segunda lectura).


Mensaje doctrinal

1. La fe como memoria. El creyente es un hombre de la memoria. Tiene que recordar, recordar siempre. Recordar la historia de la fe cristiana, que no inicia en nuestro siglo, sino que se remonta a siglos muy lejanos, a la historia de Abrahám, prototipo de fe en Dios para todas las generaciones. Recordar tantas maravillas que Dios ha ido realizando en esa historia secular, como por ejemplo, la que nos narra la primera lectura tomada del libro del Éxodo. Aquellos israelitas que habían salido de Egipto victoriosos y contentos, caminan ahora por el desierto fatigados, desalentados, sin horizontes de esperanza; pero Dios, el Dios liberador, no les deja en la estacada; más bien llega a ser ahora el Dios compañero y guía de su marcha por el desierto, sostén y apoyo en sus necesidades. ¿Es que puede un padre abandonar a sus hijos? Recordar también el gran don que Dios nos ha hecho en su Hijo Jesucristo, que ha pasado por este mundo haciendo el bien, como verdadero médico de cuerpos y almas. Recordar el pan multiplicado para alimentar los cuerpos, y recordar el pan de su Palabra y de su Eucaristía para alimentar las almas. Recordar a los primeros cristianos que eran transformados por su inmersión en las aguas del bautismo, y recordar nuestro bautismo por el que hemos sido incorporados a Cristo y a su Iglesia. Este simple ejercicio de memoria, ¡cuánto bien hace al creyente, al cristiano!

2. La fe como hermenéutica. Se quiera o no el creyente es interpretado por su fe. Podríamos decir: dime en quién crees, lo que crees, y te diré quién eres, cómo vives. Por tanto, la fe en Cristo interpreta la vida de todo cristiano. Es decir, su modo de pensar, de actuar, de trabajar, de vivir, de amar, de ejercer su profesión es, debe ser iluminado por la fe en Jesucristo. Cuando esa fe en Cristo no es algo de unos cuantos individuos, sino que forma parte de un grupo o de una mayoría, entonces desemboca en cultura cristiana: la fe impregna todos los sectores de la vida comunitaria y social. En medio de las dificultades y tentaciones experimentadas por los israelitas, en medio de la solicitación puramente política y socio-económica de los oyentes de Jesús, la fe les ayudó a interpretar los acontecimientos y las obras de Dios con otros ojos, purificados precisamente por el colirio de la fe. Esa misma fe interpretó de tal manera la vida de los primeros cristianos, que les convirtió en hombres nuevos, "creados según Dios, en la justicia y santidad de la verdad". En la medida en que los creyentes en Cristo fueron aumentando en el siglo primero y en los siguientes, fueron levadura en la masa humana, fueron creando cultura y finalmente lograron configurar la sociedad en conformidad con la fe en Jesucristo. ¿No es éste un gran reto que tenemos que afrontar hoy en día los cristianos en un medio ambiente así llamado post-cristiano, pero enraizado todavía social y culturalmente en el cristianismo? La misión histórica de los creyentes en Cristo, al comenzar el siglo XXI, es y será, sin duda, hacer florecer esas raíces para que el buen olor de Cristo se expanda de nuevo en nuestra sociedad.


Sugerencias pastorales

1. Pan y fe, fe y Pan. Dios es el primero que no abandona al hombre a sus necesidades más fundamentales de subsistencia. Por eso, socorre a su pueblo con pan, carne y agua en su larga marcha desde Egipto a la Tierra Prometida; Jesús, por su parte, imitando a Dios su Padre, ante una multitud que desfallece de hambre, cumplirá el mismo gesto divino multiplicando los panes y los peces. Pero el pan, aunque necesario, es insuficiente; tiene que ir acompañado por la fe, de modo que Dios no sea un simple benefactor, sino además el Dios trascendente y santo; de modo que la gente no vea en Jesús un candidato a rey, sino el Mesías de Israel y el Hijo de Dios. La dimensión social del cristianismo es obvia, pero nace de la fe en Jesucristo. Y se desvirtuaría si, separándola de la fe, se hiciese del cristianismo un supermercado gratuito o una agencia de beneficencia social. El pan sin la fe carece de sabor cristiano. La fe sin pan simplemente no tiene sabor. Los cristianos somos invitados a unir en nuestro obrar el pan con la fe y la fe con el pan. La separación, por desgracia, ha causado no pocos estragos dentro de la misma vida de la Iglesia y en la imagen que del cristianismo se han formado quienes no son cristianos. Si cada uno acoge la invitación a unir pan y fe, fe y pan, el cristianismo y el mundo serán mejores, y abrirán un buen camino para el tercer milenio cristiano.

2. El poder de la fe. Los hombres estamos acostumbrados a ver el poder en el dinero, en las armas, en las influencias, en el estado, en la autoridad moral, v.g. de Madre Teresa de Calcuta, del Papa Juan Pablo II. Yo quisiera subrayar hoy con la liturgia el poder de la fe. Porque es evidente que la autoridad moral de Madre Teresa o de Juan Pablo II no proviene principalmente de sus cualidades, sino de su fe, una fe tan grande en Dios capaz de romper barreras y destruir muros, una fe tan ardiente que no les detiene en su entrega ni la edad ni la enfermedad ni las dificultades que se puedan interponer en sus trabajos por Dios. Se puede pensar en la obra material y espiritual de Madre Teresa, en el derrumbamiento del muro de Berlín, en los viajes a los Lugares Santos del cristianismo con motivo del Gran Jubileo de la Encarnación, pero hay otros mil aspectos no tan vistosos, pero sumamente eficaces, que muestran en sus vidas el poder de la fe. Reflexionemos sencilla y agradecidamente en el poder de la fe en nosotros mismos, en las personas que están a nuestro alrededor y con las que convivimos, en tantísimos cristianos esparcidos por todos los rincones de nuestro planeta. ¡Cómo brilla el poder de la fe, por ejemplo, en los santuarios marianos: Lourdes, Fátima, Basílica de Guadalupe! Pregúntese cada uno qué puede hacer para que otras personas experimenten en carne propia el poder de la fe. El poder de la fe es la palanca que sostiene y eleva el mundo.



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