La campiña y diciembre
(A Diego Roldán Apresa, “Diego Camacho”)
La campiña arcense, que ha recibido con avidez la bendita lluvia, se vestirá a mediados de este diciembre de verde esperanza como preludio de una fértil cosecha en un futuro incierto. La sementera de sus feraces tierras, en estos cortos días de largas y frías noches, hará cambiar en poco tiempo la fisonomía de sus heredades latifundistas tornándose en una policromía acorde con las distintas semillas que el colono, con ternura, depositó en sus entrañas, seca y polvorienta, y a las que la humedad obsesiva de los recientes aguaceros hará que pronto aquellas se despierten.
El hombre, mientras tanto, hace cábalas y mima sus predios, atento y receloso ante las inclemencias de un tiempo hostil o azote que puedan perjudicar a aquello que nace y promete ser su peculio con el que seguir subsistiendo un año más. Todo está en manos de la providencia de Dios. Pero el agricultor de ninguna manera puede olvidarse de lo que ha sepultado en la removida tierra y comienza a germinar, y estará ojo avizor a cuanto va emergiendo como pastor que cuida de su rebaño.
Durante estos días, grises y fríos, del duodécimo mes del año, la campiña de Arcos se enraíza, se arraiga de la futura cosecha de la raspa y sus afines, y desea rendir, pródiga y sumisa, su tributo al labrador, porque ella sabe bien, por experiencias centenarias, que su faz térrea no sólo se moja con las gotas de la lluvia caída del cielo sino, también, con el sudor y lágrimas del labriego por un mal agosto.
Arcos de la Frontera (Cádiz), 04 de Diciembre de 2011
Salvador Hueso Sañudo
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