sábado, 19 de noviembre de 2011

Réquiem por Tláhuac y por uno de sus defensores más incomprendidos

Réquiem por Tláhuac y por uno de sus defensores más incomprendidos

Lo conocí en el año de 1994, hasta ese instante una persona más. Con el correr del tiempo y de trabajo en conjunto, su interés por lo común me hizo contagiar de lo mismo. Emprendimos tareas a la par. Cada quien en su tema pero con un mismo objetivo. No he conocido a mucha gente como él, en Tláhuac. Tuvo los atributos de los grandes líderes que conocemos como íconos nacionales y mundiales:
Sensibilidad para resolver los grandes problemas que nos aquejan como sociedad y visión para prevenirlos; autoridad moral para hacer valer la razón de las mayorías; valor para emprender. Bien dicen que las buenas ideas no son bien acogidas entre la mayoría, también dicen que nadie es profeta en su propia tierra, y mientras los días pasan más me cercioro de estas aseveraciones populares.
Y lo digo con conocimiento de causa: este personaje nunca fue entendido ni comprendido en su tiempo, así sucede con los revolucionarios, con los inventores, con los creadores, con los que se atreven a ver el futuro a partir de un sentido común que les fue dado.
En la realidad presente que viven son catalogados como locos, como farsantes; son incomprendidos hasta que el tiempo les otorgue la razón y para nuestra desdicha de los que no creímos en ellos, en sus vaticinios –para bien o para mal-, cuando los buscamos, cuando acudimos a ellos en busca de consejo o para una simple charla ya no están.
Este hombre emprendió una lucha por las tierras de Tláhuac, se enfrentó contra las autoridades de su tiempo, contra las injusticias y críticas de sus cercanos y no pocos vecinos, combatió para dar seguridad jurídica a las propiedades de los campesinos, de los ejidatarios, de los comuneros, de los chinamperos pero nunca hubo eco a la invitación que él les extendió. El inicio del movimiento social para la defensa de las tierras de labor de Tláhuac fue en 1989 y a veinte años de distancia, esta realidad del 2009, le otorgue la razón.
Por no escuchar estamos a punto de perder lo que Feliciano Martínez defendió con ahínco y razón: nuestras tierras, nuestro hábitat, nuestra agua, nuestros derechos que muy pocos conocemos y ejercemos y que todavía no somos conscientes de la hecatombe que tendremos para los años venideros en razón del cobro que nos hará pagar la Naturaleza por el deterioro desmedido a que la hemos sometido para conseguir proyectos progresistas, para conseguir la urbanización masoquista de las ciudadanas y ciudadanos de Tláhuac y de la Ciudad de México en su conjunto.
Tláhuac es importante para la Ciudad de México por varias razones: forma parte de sus pulmones, aquí en estos campos de labor se nutren los mantos acuíferos que nos proporcionan agua –tan escasa, como tan valiosa en estos días-, en algunas comunidades como Mixquic se siguen produciendo hortalizas que la ciudad consume diariamente. Pero a las autoridades no les interesa, y peor aún a nosotros los lugareños quienes estamos obligados a defender nuestro futuro hoy, no nos interesa protegerlo.
Tláhuac está de luto –y aún no nos hemos percatado- por sus tierras, por sus tradiciones, por su agua, pero estas cosas que no entendemos no importan ya. Lo que verdaderamente vale para las autoridades en turno son los proyectos de urbanización, los proyectos de vivienda, que serán destinados a grupos corporativos de gobiernos y de partidos.
A los lugareños lo único que nos interesa es la paupérrima indemnización que recibiremos por nuestras tierras, sin darnos cuenta que mañana el dinero que recibiremos ya no será más patrimonio de nadie, porque el dinero se esfuma, no queremos darnos cuenta que la tierra permanece. Otros a cambio de su silencio, a cambio de ser parte del sistema local permanecen en mutis.
A la par que a Feliciano Martínez, conocí a su hijo: un joven con pocos menos años que yo. Su discurso era similar al de su progenitor. De este joven, mi amigo, aprendí lo que era la Patria Chica, afiancé mi amor por mi Tierra, afiancé mi amor por Tláhuac; aprendí, según palabras que él mismo plasmó en un escrito que tituló Tláhuac, los que cuidan el agua:
A mi padre Feliciano Martínez, por enseñarme que el valor de la tierra va más allá del dinero, palabras que no entendí en su momento, sino que las comprendí y aprendí con el correr del tiempo, con el transcurrir de los años y del trabajo que emprendimos gracias a quien ya no está para decirnos por donde debíamos ir.
Hoy, Tláhuac se mimetiza al gris, al negro; el verde de la Naturaleza está desapareciendo. El aire que se respira se convierte paulatinamente, y más rápido que despacio, en una nube espesa, en una nata entre la que nuestros hijos, hijas, nietos, nietas se están desenvolviendo cada vez más.
Nos están despojando por partes –con nuestro consentimiento y con nuestra inconsciencia- de nuestra identidad, no sólo como habitantes de estos terruños sino también como parte de lo seres humanos que todavía somos. A Feliciano Martínez no le da la razón nadie, porque no la tenemos, se la da el tiempo, y aunque no es tarde para recoger la cosecha, muchos hemos dejado desde hace tiempo el azadón y lo hemos olvidado allá en el desván de los recuerdos.
Han sido sustituidas nuestras herramientas de labranza por otras que horadan el suelo para darle la bienvenida a nuevos transportes que trasladarán a los nuevos amos y señores de Tláhuac, a los que utilizarán nuestros bienes y servicios que por derecho nos corresponden. Tláhuac muere y nadie hace nada por remediarlo y su más ferviente defensor ya no está entre nosotros.

Colaboración de Juan Carlos Medina Palacios
México

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