viernes, 14 de octubre de 2011

MEDITACIÓN DIARIA

María veía el cuerpo de su Niño desgarrado
Meditaciones del Rosario. Segundo Misterio Doloroso. La Flagelación de Jesús 
Autor: P Mariano de Blas LC | Fuente: Catholic.net


Tú sabías lo que era una flagelación. Lo sabían todos. Pero ahora era tu Hijo. Lo veías con la pupila abierta y enrojecida: El cuerpo de tu Niño desgarrado; veías, no te imaginabas, los gestos de dolor a cada golpe que nunca terminaba y que iba volviendo roja toda la piel de Jesús, piernas, brazos, el pecho, la espalda, hasta la cara con la sangre que corría casi desde los ojos como una cascada de flagelos.
 

Para purificar mis pecados. La terrible ofensa se mide por lo terrible del martirio. La flagelación sola hubiera matado a Jesús. Muchos hombres con menos ganas de sufrir, caían exánimes en un charco de sangre. Jesús resistió, porque aún le quedaban las manos y los pies para la cruz; pero sobretodo porque aún le quedaba amor y capacidad de sufrimiento para los pecadores más empedernidos. Con los primeros cien azotes fueron derritiéndose la mayoría de los pecados. Pero fue necesario llegar a ciento veinte, contados en la sábana santa, para ablandar a los de piedra. ¿A qué azote llegaron mis pecados? ¿Al ciento veinte?.
 

Terrible dolor, infinito amor. Aquí cayó rendida aquella religiosa mediocre, de nombre Teresa, al exclamar: “Ahora comprendo de qué me has librado y cuál ha sido el precio”.¡El precio! Desde ese momento se decidió a ser santa. Todos los hombres deberíamos entrar al patio de la flagelación y contemplar de cerca, para ver si, como a Teresa, se nos rasga el corazón para gritar idénticas palabras. Ante la flagelación, como ante la cruz, no se puede seguir adelante, si hay un poco de amor.
 

Tu Hijo es un guiñapo, tu Hijo no puede ser contemplado sin horror. Es como uno ante el cual se oculta el rostro, porque no se le puede mirar. Pero Tú no ocultas el rostro, Tú lo amas hoy más a ese Hijo sangrante, destrozado, semimuerto. Yo tampoco quiero retirar los ojos manchados. Quiero que mis ojos a fuerza de mirar se rompan en un mar de lágrimas sinceras; quiero que mi corazón de piedra, a base de sentir su amor, se vuelva un corazón de carne. Aquí han caído grandes pecadores, han muerto grandes canallas y han resucitado santos y mártires.

Yo también quiero caer muerto de dolor y arrepentimiento y resucitar un santo a la vista de Jesús flagelado por mí. ¡He aquí el Hombre! ¡He aquí el amor del Hombre! ¡He aquí lo que queda del Hijo del Hombre por haberse atrevido a amar a los hombres hasta el extremo! Hay en la Biblia una frase terrible en relación al hombre perverso: “Dios se arrepintió de haber creado al hombre” Yo te pregunto, Jesús, Dios: “¿Te arrepientes de haber amado así al hombre? Yo sé que la respuesta eterna es “¡No me arrepiento!
 

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