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miércoles, 1 de noviembre de 2017
NUEVO DÍA
Siempre nos frustramos o nos decaemos cuando nos
pasan cosas malas, estamos tan ocupados en lo malo que nos pasa sin saber que
siempre es para bien.
Las circunstancias de la vida se presentan a
nosotros como dados lanzados sobre una mesa de vidrio. No importa cómo los
tiremos, pues podremos ver cualquiera de los números, variando nuestra
perspectiva. En la vida hay personas que sólo ven los números bajos y otras que
siempre ven los números altos. Cuentan que un rey tenía un consejero que ante
circunstancias adversas siempre decía: “qué bueno, qué bueno, qué bueno”. Un
día de cacería el rey se cortó un dedo del pie y el consejero exclamó: “qué
bueno, qué bueno, qué bueno”. El rey, cansado de esta actitud, lo despidió y el
consejero respondió: “qué bueno, qué bueno, qué bueno”. Tiempo después, el rey
fue capturado por otra tribu para sacrificarlo ante su dios. Cuando lo
preparaban para el ritual, vieron que le faltaba un dedo del pie y decidieron
que no era digno para su divinidad al estar incompleto, dejándolo en libertad.
El rey ahora entendía las palabras del consejero
y pensó: “qué bueno que haya perdido el dedo gordo del pie, de lo contrario ya
estaría muerto”. Mandó llamar a palacio al consejero y se lo agradeció. Pero
antes le preguntó por qué dijo “qué bueno” cuando fue despedido. El consejero
respondió: “si no me hubieses despedido, habría estado contigo y como a ti te
habrían rechazado, a mí me hubieran sacrificado”.
La vida es como un laberinto con muchos caminos
por tomar. En el diario caminar podemos estrellarnos contra las paredes cuando
las circunstancias son difíciles. Pero hay que tomar una actitud como la del
consejero de la historia: positiva y de desapego. Nada ganamos angustiándonos,
preocupándonos y torturándonos con los problemas.
Para cualquier dificultad en la vida existe una
razón que muchas veces escapa a nuestra perspectiva y no entendemos en el
momento. No podemos entender el porqué de todas las paredes del laberinto, a
menos que nos elevemos y veamos la figura completa. La vida es un aprendizaje
permanente: todo estudiante recibe primero la lección y luego los problemas por
resolver. En la vida real es al revés: primero nos dejan problemas para
resolver y luego debemos deducir la lección. De la misma forma como la tensión
durante un examen hace que baje nuestro rendimiento, la vida nos prueba que la
mejor forma de rendir bien es con desapego y una buena actitud.
¿Por qué es tan difícil enfrentar los problemas
con una actitud positiva? Por la distancia entre usted y el problema. Imagínese
que va en patines y remolcado por un auto. Si tiene la cuerda muy corta entre
usted y el auto, seguramente no verá con anticipación los baches en la pista y
se golpeará. En cambio si usted es remolcado por un auto con una soga larga,
verá los baches y podrá esquivarlos. Lo mismo ocurre en la vida: mientras más
distancia tomemos y tengamos más soga entre nosotros y los problemas, podremos
tener la libertad para escoger nuestra respuesta y evitar los golpes. El
estrés, el trabajo exagerado, la falta de tiempo para descansar, para la
familia y para desarrollar actividades espirituales; en suma el estar
desbalanceado acorta la soga y nos quita libertad para responder.
Si llegamos del trabajo con estrés y nuestro hijo
comete una travesura, reaccionamos desproporcionadamente, haciéndole daño a
quien más queremos. Cuando estamos tensos y con sobrecarga de trabajo en la
oficina y un colega nos hace una crítica, explotamos. Así creamos un clima
laboral contraproducente y afectamos las relaciones interpersonales. Dedíquele
tiempo a la persona más importante de su vida: usted. Alargue su soga ante los
problemas, balanceando su vida. Así, la próxima vez que se enfrente a una
dificultad podrá decir como el consejero del rey: “qué bueno, qué bueno, qué
bueno”.