domingo, 29 de septiembre de 2013
UNA PARÁBOLA
Existe una anécdota del gran pintor, escultor e inventor Leonardo Da Vinci, acerca de su pintura "La ultima Cena", una de sus obras más copiadas y vendidas en la actualidad. Tardó 20 años en hacerla debido a que era muy exigente al buscar a las personas que servirían de modelos.
Tuvo problemas en iniciar la pintura porque no encontraba al modelo para representar a Jesús, quien tenía que reflejar en su rostro pureza, nobleza y los más bellos sentimientos. Así mismo debía poseer una extraordinaria belleza varonil. Por fin, encontró a un joven con esas características, fue el primero que pintó.
Después fue localizando a los 11 apóstoles, a quienes pintó juntos, dejando pendiente a Judas Iscariote, pues no daba con el modelo adecuado. Este debía ser una persona de edad madura y mostrar en el rostro las huellas de la traición y la avaricia.
Por lo que el cuadro quedó inconcluso por largo tiempo, hasta que le hablaron de un terrible criminal que habían apresado.
Fue a verlo y era exactamente el Judas que el quería para terminar su obra, por lo que solicitó al alcalde le permitiera al reo que posara para él.
El alcalde conociendo la fama del maestro Da Vinci, aceptó gustoso y llevaron al reo custodiado por 2 guardias y encadenado al estudio del pintor. Durante todo el tiempo el reo no dio muestra de emoción alguna de que había sido elegido para modelo, mostrándose demasiado callado y distante. Al final, Da Vinci, satisfecho del resultado, llamó al reo y le mostró la obra, cuando el reo la vio, sumamente impresionado, cayó de rodillas llorando. Da Vinci, extrañado, le preguntó el por que de su actitud, a lo que el preso respondió: ¿Maestro Da Vinci, es que acaso no me recuerda?" Da Vinci observándolo le contesta: "No, nunca antes lo había visto". Llorando y pidiendo perdón a Dios el reo le dijo: "Maestro, yo soy aquel joven que hace 19 años usted escogió para representar a Jesús en este mismo cuadro"...
BUENAS TARDES DESDE ARCOS DE LA FRONTERA
Cuenta
la leyenda que un hombre oyó decir que la felicidad era un tesoro. A partir de
aquel instante comenzó a buscarla. Primero se aventuró por el placer y por todo
lo sensual, luego por el poder y la riqueza, después por la fama y la gloria, y
así fue recorriendo el mundo del orgullo, del saber, de los viajes, del
trabajo, del ocio y de todo cuanto estaba al alcance de su mano.
En
un recodo del camino vio un letrero que decía: "Le quedan dos meses de
vida "
Aquel
hombre, cansado y desgastado por los sinsabores de la vida se dijo: "Estos
dos meses los dedicaré a compartir todo lo que tengo de experiencia, de saber y
de vida con las personas que me rodean."
Y
aquel buscador infatigable de la felicidad, sólo al final de sus días, encontró
que en su interior, en lo que podía compartir, en el tiempo que le dedicaba a
los demás, en la renuncia que hacía de sí mismo por servir, estaba el tesoro
que tanto había deseado.
Comprendió
que para ser feliz se necesita amar; aceptar la vida como viene; disfrutar de
lo pequeño y de lo grande; conocerse a sí mismo y aceptarse así como se es;
sentirse querido y valorado, pero también querer y valorar; tener razones para
vivir y esperar y también razones para morir y descansar.
Entendió
que la felicidad brota en el corazón, con el rocío del cariño, la ternura y la
comprensión. Que son instantes y momentos de plenitud y bienestar; que está
unida y ligada a la forma de ver a la gente y de relacionarse con ella; que
siempre está de salida y que para tenerla hay que gozar de paz interior.
Finalmente
descubrió que cada edad tiene su propia medida de felicidad y que sólo Dios es
la fuente suprema de la alegría, por ser ÉL: amor, bondad, reconciliación,
perdón y donación total.
Y
en su mente recordó aquella sentencia que dice: "Cuánto gozamos con lo
poco que tenemos y cuánto sufrimos por lo mucho que anhelamos."
Ser
Feliz, es una actitud.
Autor: desconocido