Nexo entre las lecturas
Una actitud de generosidad disponible y confiada acomuna los textos del
actual domingo del tiempo ordinario. La generosidad es la actitud de la
viuda de Sarepta, que no duda en dar una hogaza a Elías a costa de su
propio último sustento (primera lectura). Es también la actitud de la
viuda, observada únicamente por Jesús, que deposita todo su haber en el
cepillo del templo, por más que fuera una nimiedad (Evangelio). Es sobre
todo la actitud de Jesús que se entrega hasta la muerte, de una vez para
siempre, como víctima de rescate y salvación (segunda lectura).
Mensaje doctrinal
1. Generosidad se declina en femenino. En la liturgia de hoy las
mujeres juegan un papel predominante y positivo. Además se trata de mujeres
viudas, con toda la precariedad que ese término traía consigo en los
tiempos remotos del profeta Elías (siglo IX a. C.) y de Jesús. No pocas
veces la viudez iba unida a la pobreza, e incluso a la mendicidad. Sin
embargo, los textos sagrados no presentan estas dos buenas viudas como
ejemplo de pobreza (eso se sobreentiende), sino como ejemplo de
generosidad. En los tres años de sequedad que cayó sobre toda la región, a
la viuda de Sarepta le quedaban unos granos de harina y unas gotas de
aceite, para hacer una hogaza con que alimentarse ella y su hijo, y luego
morir. En esa situación, ya humanamente dramática, Elías le pide algo
inexplicable, heroico: que le dé esa hogaza que estaba a punto de meter en
el horno. La mujer accede. Hay una especie de instinto divino que la mueve
a obrar así. Es el don de la generosidad que Dios concede a los que poco o
nada tienen. No piensa en su suerte; piensa sólo en obedecer la voz de Dios
que le llega por medio del profeta Elías.
2. La viuda del templo es una mujer excepcional. Siendo como era
pobre y necesitada, no tenía ninguna obligación de dar limosna para el
culto del templo o para la acción social y benéfica que los sacerdotes
realizaban en nombre de Dios con las ayudas recibidas. Si tuviese
obligación, su acción sería generosa porque dio todo lo poco que tenía,
todo su vivir. Su gesto brilla con luz nueva y esplendorosa, precisamente
porque se sitúa más allá de la obligación, en el plano de la generosidad
amorosa para con Dios. El contraste entre la actitud de la viuda y la de
los ricos que echaban mucho, pero de las sobras de sus riquezas, ennoblece
y hace resaltar más la generosidad de la mujer.
3. La fuente de toda generosidad. La generosidad de las dos viudas
mana de la generosidad misma de Dios, que se nos manifiesta en Cristo
Jesús. Generosidad de Jesús que se ofrece de una vez para siempre en
sacrificio de redención por todos los hombres: nada ni nadie queda excluido
de esa generosidad. Generosidad de Jesús que, como sumo sacerdote, entra
glorioso en los cielos para continuar desde allí su obra sacerdotal en
favor nuestro: continúa en el cielo su intercesión generosa y eterna por
los hombres. Generosidad de Jesús que vendrá, al final de los tiempos, sin
relación con el pecado, es decir, como Salvador que ha destruido el pecado
y ha instaurado la nueva vida. En su existencia terrena Jesús era muy
consciente de que no había venido al mundo para condenar sino para salvar.
En su parusía o segunda venida, mantiene la misma conciencia de Salvador,
por encima de cualquier otro atributo.
Sugerencias pastorales
1. La generosidad del corazón. No pocas veces los hombres nos
llenamos de admiración cuando escuchamos o sabemos que alguien ha hecho un
gesto de gran generosidad. No sé, ha dado, por decir el caso, de su propio
bolsillo 200 millones de dólares para un hospital, o ha creado una
fundación con fines de investigación o educativos dotándola de 450 millones
de dólares... Esto es muy bueno, y ojalá haya muchos de esos hombres
generosos, que están dispuestos a vaciar su bolsillo para que otros seres
humanos reciban educación o puedan ser atendidos dignamente en un hospital.
Sin disminuir la importancia de la cantidad, quiero subrayar que según el
Evangelio más que la cantidad vale la actitud. Es decir, si esos millones
los ha dado con verdadero amor y en acto de servicio; más aún, si el haber
dado esos millones le ha supuesto renuncia. Por ejemplo, prescindir de un
viaje en crucero por el océano Atlántico y el Mediterráneo, o dejar de
comprar a su esposa un diamante precioso evaluado en varios millones de dólares,
o tal vez vivir con mayor austeridad su vida de cada día. Cuando la
generosidad no sólo afecta al bolsillo, sino también al corazón, es más
auténtica. Por eso, quien da poco, pero es todo lo que puede dar, y lo da
con toda el alma, ése es generoso, y su generosidad a los ojos de Dios vale
igual de la del rico que se ha desprendido de millones de dólares.
Cristiano, si tienes mucho, da mucho; si tienes poco, da de ese poco, pero
tanto en un caso como en otro, hazlo con toda la sinceridad y generosidad de
tu corazón. A los ojos de Dios eso es lo que más cuenta. Es de esperar que
también a tus propios ojos.
2. Generoso, ¿hasta dónde? En este asunto, no hay leyes matemáticas.
El principio fundamental está claro: da, sé generoso. Qué dar, hasta dónde
llegar en la generosidad, no admite una sola y única respuesta. Serán las
circunstancias las que irán marcando ciertas pautas a nuestra generosidad:
por ejemplo, un terremoto o un huracán, una inundación ingente y
destructora, una guerra tribal, una epidemia, etcétera. Sobre todo, será el
Espíritu de Dios el que irá indicando a cada uno, en el interior de su
conciencia, las formas y el grado de llevar a cabo acciones generosas,
nacidas del amor, nacidas del corazón. Lo importante es que ninguno de
nosotros diga jamás: "hasta aquí". No es posible poner límites al
Espíritu de Dios. No está mal que nos examinemos y preguntemos: ¿Estoy
dando todo lo que puedo? ¿Estoy dando todo lo que el Espíritu Santo me pide
que dé? ¿Estoy dando como debo dar: desprendidamente, generosamente, sin
buscar compensaciones? Los cristianos de hoy debemos ser como los
cristianos de Macedonia, de los que habla Pablo en su segunda carta a los
corintios, "su extrema pobreza ha desbordado en tesoros de
generosidad. Porque atestiguo que según sus posibilidades, y aun sobre sus
posibilidades, espontáneamente nos pedían con muchas insistencia la gracia
de participar en este servicio en bien de los santos" (8, 2-4).
Consideremos la generosidad una gracia de Dios, y pidámosla con sencillez
de corazón, pero también con insistencia. Que Dios no la negará a quien se
la pida de verdad. Son muchos los que tienen necesidad y se beneficiarán de
nuestra generosidad.
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